domingo, abril 01, 2007

El silencio de los calçots



Por Germont " Los árboles y el bosque"

La clase política catalana es especialista en movilizar a la llamada “sociedad civil” para los fines más diversos. Y esta sociedad, pagada de sí misma y ufana por el hecho de que desde los despachos del poder se la convoque, sea para reclamar un aeropuerto internacional, sea para defender que el AVE pare en todos y cada uno de los pueblos de Cataluña, sea para animar “espontáneamente” a la conclusión de un nuevo estatuto, acude gustosa a la llamada de la política, convenientemente espoleada por el acicate de las subvenciones y las contratas públicas y atraída por la cornucopia del presupuesto público. Y firma lo que sea, lo que le echen, al grito de “por Cataluña, maricón el último”, y es que la clase política de esta tierra tiene muy buena memoria y su ámbito territorial es tan reducido que, tarde o temprano, todos se encuentran. A este aquelarre se prestan con sorprendente frecuencia editores, financieros, decanos de colegios diversos, presidentes de entidades patronales y de clubes deportivos, industriales, catedráticos,… aderezados todos ellos con algún personaje mediático que bien puede ser un actor o un futbolista del Barça.

La clase política, agradecida, recompensa a sus fieles vasallos con la manguera del presupuesto, sí, pero simultáneamente les humilla de forma periódica con espectáculos lamentables como el último que nos ha deparado ERC, socio del gobierno Montilla que no ha vacilado en ofrecer, en el marco incomparable de una calçotada, la presidencia de la Generalitat al líder de la oposición a cambio de convocar un referéndum ilegal. El espectáculo ha sido, como decimos por aquí, “para alquilar sillas”, porque el presidente traicionado no ha tenido más reacción que decir que estas cosas perjudican el avance del autogobierno de Cataluña y ha seguido aceptando sumiso los votos de sus humillantes socios, al tiempo que ha pasado a lucir una cornamenta política que apenas cabe por las amplias arcadas del Palau de la Generalitat. Y el tentado ha reaccionado de la única forma esperable de él y de CiU: en lugar de rechazar la propuesta soberanista que dinamita el Estado español surgido de la Constitución de 1978, ha retado a ERC a plantear el tema en el Parlament, al tiempo que proponía una moción alternativa hablando de la posibilidad de que Cataluña constituya un estado propio y soberano. O sea, yo la tengo más grande que tú…

Este es el último episodio, pero no el único. No hace falta mucha memoria para recordar el viaje a Perpiñán, el rigodón del 3 % o el sainete de la corona de espinas, amén del colofón apoteósico de la abstención masiva en el referéndum sobre el estatuto que teóricamente constituía una clamorosa aspiración del pueblo catalán.

Si la tan cacareada “sociedad civil catalana” tuviese tanta vergüenza como redaños le faltan, habría adoptado hace tiempo la iniciativa de elaborar, por sí misma y no al dictado, un manifiesto que dejase bien claro a los políticos catalanes cuáles son los límites de los experimentos, que cuando no se hacen con gaseosa acaban salpicando a todos los presentes menos al que descorcha la botella. Hacerles saber que quienes pagan los impuestos son en definitiva quienes mandan, y que los políticos y gobernantes están para administrar de forma eficaz y sensata los recursos del contribuyente, y para resolver conflictos en lugar de crearlos, y para acrecentar día a día la dignidad y el prestigio de las instituciones que les cabe el honor de representar. Sería un buen momento para que alguien se atreviese a proponer que sea la sociedad catalana quien marque los límites a una clase política que, evidentemente, no está a la altura de las circunstancias y que ha olvidado, si alguna vez después de Tarradellas lo supo, que está al servicio del ciudadano, y no éste al de sus delirios y ambiciones

No hay comentarios: