Adiós al cero en las calificaciones
Se acabó el cero patatero o ‘cero zapatero’, como se dice ahora. Desaparece de las calificaciones de secundaria y bachillerato. ¿Es una forma de aminorar el fracaso escolar que existe en cierto sector estudiantil? Pues, no. Se suele decir que no suspende quien no se examina. Todos hemos suspendido alguna vez; aunque el cero era algo serio para quienes estamos en la década de los cuarenta. “Aquí yace el que nunca sufrió, porque jamás se examinó”, rezaba el epitafio.
El hecho de que las calificaciones abarquen una escala numérica del uno al diez, no sorprende a nadie. Buena parte del profesorado hace años que aplican ese criterio, por lo que el borrador del MEC no da un paso adelante, sino que se pone a la altura del profesorado. La ser la nota mínima el uno, se pierden los chistes del rosco, la rueda y el cero patatero. También se pierde la flexibilidad de hacer un seis, un ocho o un nueve tomando como base el cero. Se acaban los engaños en aquellos boletines no informatizados ¡Qué puñetero este Zapatero! ¡Qué hortera Merche Cabrera!, decían los estudiantes.
Con la LOGSE se rebajaron considerablemente los contenidos y las exigencias. Graduado escolar para todos o, por lo menos, para la mayoría; aunque fuera practicando bailes regionales. Muchos saben que no hablo en sentido figurado, en esta ocasión. También la LOGSE fue proclive al uso de términos absurdos, como segmento de ocio para denominar al recreo, progresa adecuadamente, necesita mejorar, línea funcional docente,… Y a ello hay que unir toda la parafernalia de PCC, PCA, PEC, PEA, PCT, PTT,…; es decir la ‘familia’ de los denominados proyectos para todo, que sirvió para incrementar la presunción de los ‘logsianos’, pero que nadie leía, pocos entendían y muchos plagiaban.
Pero volvamos al cero patatero. Dice el MEC que el cero no tiene cabida porque “es imposible que el alumnado no haya aprendido nada”. Tan absurda es esta afirmación, como pensar que quien obtiene un diez es porque conoce y domina todo el programa. De poco sirve aprender algo si, durante el desarrollo de la evaluación continua, no se demuestra. Sin duda es una medida ‘giliprogre’ y, como tantas otras, no nos lleva a parte alguna, excepto a la broma y al chiste.
No faltan los que dicen que el gran error fue no adaptar a los tiempos la Ley General de Educación. Ni siquiera llegó a desarrollarse la segunda etapa de lo que era la EGB. El BUP se quedó a mitad de camino entre lo previsto y la realidad. Y el Curso de Orientación Universitaria (COU) se desorientó desde su implantación. De pena y de castigo, como el falso igualitarismo que propugnaba la LOGSE: igualaba a todos por abajo. Ahí es nada, todos pobres, mediocres, desinformados y desincentivados. Nunca será un logro todo lo que suponga reducir al absurdo.
Nos hemos ido del cero al infinito. Debe ser que se agolpan situaciones dantescas vividas en el ámbito de la docencia. Vamos a ver: un alumno no acude a clase, no hace los controles periódicos, ni se somete a la observación del profesorado para comprobar su progreso, el profesor o profesora no puede controlar su evolución. Y el día que se celebra un examen, no acude a clase. Calificación: uno. ¿Justo? No, sencillamente ridículo y absurdo. Si al cero le sumo cero, obtengo como resultado: uno.
Esa última suma me recuerda a aquel chiste donde intervenía un secretario de Ayuntamiento de pueblo en los tiempos de ‘Maricastaño’. En su razonamiento sumaba de forma interesada: dos y dos, cuatro. Cuatro y tres, siete. Siete y cinco, doce. Y de doce me llevo,… ¡Lo que pueda!
El blog de Jesús Salamanca Alonso
Análisis actual en clave de política liberal
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