sábado, febrero 10, 2007

Discurso de Nicolas Sarkozy

¿Quién dice que la derecha no puede tener un cuerpo doctrinal sólido, un programa ilusionante, una alternativa esperanzadora frente a la demagogia izquierdista? ¿Quién dice que el patriotismo está pasado de moda? ¿Quién dice que hay que estar acomplejado por defender ciertas cosas como la autoridad, el mérito, el esfuerzo, la propiedad? Ahí está todo. No sé quién le escribe los discursos a Sarkozy, pero si le sobrase un rato libre... Claro que luego hay que saber leerlos, y las esfinges no suelen resultar muy expresivas, por mucho que luzcan barba.

Queridos amigos:

En este momento en el que cada uno resulta tan importante para Francia, tan importante para el futuro de cada una de vuestras familias, tan importante para mí, más que cualquier otro sentimiento, lo que me embarga es una profunda emoción. Esa emoción podría haber intentado calificarla, haberla expresado en una palabra, podría haberos dicho gracias, pero ese gracias no habría estado a la altura de lo que me embarga en este momento. Hay sentimientos que son tan fuertes que no existe una palabra lo suficientemente grande para expresarlos. Existen sentimientos que se experimentan de una manera tal que no es necesario darles nombre. Pido que recibáis esa emoción que me invade en el momento en el que os hablo simplemente como un testimonio de mi sinceridad, mi veracidad y mi amistad. En el transcurso de esta campaña en la que, durante semanas, voy a dar mucho, recibir mucho y, quizás, pagar mucho, quiero que cada uno de vosotros esté convencido de la firme determinación, de la energía infinita que sacaré de lo más profundo de mí mismo para que triunfe la causa que nos une a todos. Hoy sé que no tengo derecho a decepcionaros ni el derecho a dudar, en resumidas cuentas, ¡no tengo derecho a perder!

Toda la vida he soñado con servir a Francia, a mi país, a mi patria. Hoy habéis hecho realidad la primera etapa de ese sueño. Lo único que cuenta en este instante es la esperanza de la multitud que formáis, volcada en un único objetivo: la victoria de Francia. Lo único que cuenta es el entusiasmo de esta gran familia que es la tuya, querido Alain JUPPE. Sin ti y sin la victoria de Jacques CHIRAC en 2002 jamás se habría formado dicha familia.

Sí, queridos amigos, al estar todos reunidos, unidos y solidarios, todo es posible. En este instante en el que todo cambia para mí, no puedo evitar pensar en aquellos que me hicieron soñar con otro destino, con una vida más amplia, con un futuro más apasionante. Ellos fueron para mí una fuente de reflexión, de esperanza e incluso a veces de confianza.

Son los héroes de la Resistencia y de la Francia Libre, esos hombres con los que di mis primeros pasos en política, esos hombres que venían de una época en la que la política se había confundido con el patriotismo y la epopeya. Ellos mantuvieron el honor de Francia. La reconstruyeron, la reconciliaron con Alemania. Ellos crearon Europa, fundaron la V República. Estuvieron siempre por delante de su tiempo. Me enseñaron, porque ellos lo sabían mejor que nadie, lo que era el gaullismo: no una doctrina que el General de Gaulle no quiso nunca, sino un deber moral, el ejercicio del poder como un don en sí mismo, la convicción de que Francia sólo es fuerte mientras esté unida, la seguridad de que nada está perdido mientras la llama de la resistencia continúe ardiendo en el corazón de un solo hombre, el rechazo a renunciar, la ruptura con las ideas recibidas y el orden establecido cuando Francia era arrastrada a la decadencia.

Esos hombres fueron grandes en la guerra y en la paz. Hicieron siempre lo que debían hacer.

Quiero rendir homenaje a Jacques Chaban-Delmas, general de la resistencia con 29 años, con el magnifico sueño premonitorio de la Nueva Sociedad. Su último gran combate político fue para mí el primero: tenía 17 años y la impresión de ir a la guerra. Era el fin de una época en la que el gaullismo no podía atribuirse a un partido. Quiero rendir homenaje a Achille Peretti, gran resistente, que me confió mi primer cargo de consejero municipal. De igual manera, quiero mencionar mi amistad con Edouard Balladur, que confió en mí al asignarme mis primeras responsabilidades ministeriales cuando todavía era muy joven. Quiero presentar mis respetos a Jacques CHIRAC, quien en 1975, en Niza, me ofreció mi primer discurso. Me enseñaron, a mí, un pequeño francés de sangre mezclada, a amar Francia y a estar orgulloso de ser francés. Ese amor nunca se ha debilitado y nunca he dejado de estar orgulloso. Durante mucho tiempo he ocultado eso. Durante mucho tiempo me he guardado esos sentimientos, como un tesoro oculto en el fondo de mi corazón que no tenía la necesidad de compartir con nadie. Pensaba que la política no tenía nada que ver con mis emociones personales. Imaginaba que un hombre fuerte debía disimular sus emociones. Después entendí que es fuerte aquel que se muestra sinceramente. Entendí que la humanidad es un punto fuerte, no un punto débil. He cambiado. He cambiado porque en el mismo instante en el que me habéis nombrado, he dejado de ser hombre de un solo partido, que era el primero de Francia. He cambiado porque las elecciones presidenciales son una prueba de autenticidad que nada se puede resistir. Porque os debo esa autenticidad. Porque les debo a los franceses esa autenticidad.

He cambiado porque las pruebas de la vida me han cambiado. Quiero decirlo con pudor, pero quiero decirlo porque es la verdad y porque no se puede entender la pena del otro si uno no la experimenta en sus propias carnes. No se puede compartir el sufrimiento de aquel que fracasa profesionalmente o en su vida personal si uno no lo ha sufrido. He conocido el fracaso y he tenido que superarlo. No le podemos tender la mano al que ha perdido toda esperanza si nunca hemos dudado. He dudado. No es valiente aquel que no conoce el miedo, ya que el valor supone superar ese miedo.

He sepultado esa parte de humanidad en mí porque, durante mucho tiempo, he pensado que para ser fuerte no se debían mostrar las debilidades. Hoy he entendido que son las debilidades, las penas y los fracasos los que nos hacen más fuertes, que ellos son los compañeros del que quiere llegar lejos.

He cambiado porque el poder me ha cambiado, porque me ha hecho sentir la responsabilidad moral aplastante de la política. La palabra “moral” no me da miedo. He cambiado porque nada puede permanecer impasible ante el rostro confundido de unos padres a cuya hija han quemado viva. Porque nada puede permanecer impasible ante el dolor que experimenta el marido de una chica asesinada por un reincidente condenado diez veces por agresiones y también una por homicidio. En su mirada se lee la incomprensión de aquel que no entiende cómo se ha podido hacer realidad lo indecible. Me enerva la injusticia y es injusto que la sociedad ignore a las víctimas. Quiero hablar en nombre de ellas, actuar en nombre de ellas e incluso, incluso, si hace falta, gritar en nombre de ellas.

He cambiado porque cambiamos a la fuerza cuando nos enfrentamos a la angustia del trabajador que teme que su fábrica cierre.

He cambiado al visitar el memorial de Yad Vashem dedicado a las víctimas del Holocausto. Me acuerdo de una habitación al fondo de un largo pasillo en la que había miles de lucecitas y se pronunciaban los nombres de niños de 2, 4 y 5 años en voz baja ininterrumpidamente. Era el murmullo de las almas inocentes. Entonces me dije que eso era la política: resistir la locura de los hombres sin dejar que nos arrastre. He cambiado cuando leí en Tibhirine el impactante testamento del hermano Christian, secuestrado y posteriormente degollado por unos fanáticos con otros seis monjes de su monasterio. El GIA había prevenido: “degollaremos”. Se encontraron las siete cabezas de los monjes ajusticiados sin los cuerpos.

Dos años antes, ese hombre de fe había perdonado de antemano a su asesino: “si un día fuera víctima del terrorismo, (…). He aquí que podría, si Dios lo permite, hundir mi mirada en la del Padre para contemplar con Él a los niños islamistas como Él los ve (…). Y a ti también, amigo del último minuto, que no sabías lo que hacías. Sí, también va por ti ese Gracias, ese “A-Dios” (…) ¡Y que nos sea concedido el encontrarnos, felices, en el Paraíso, si así lo desea Dios nuestro Padre!” Por su inmensa humanidad y por su deseo de unir a los hombres, el hermano Christian honra a la Francia laica y republicana. En Tibhirine entendí lo que es la fuerza invencible del amor y el auténtico sentido de la palabra “tolerancia”. En Tibhirine, el hermano Christian me enseñó, con su muerte, que lo que las grandes religiones pueden engendrar de bueno es mayor que lo que pueden engendrar de malo; que los extremistas y los integristas no deben confundirse nunca con el sentimiento religioso que porta una parte de la esperanza humana.

Enfrentar ese sentimiento religioso a la moral laica sería absurdo: en nuestra herencia constan dos mil años de cristianismo y un patrimonio de valores espirituales que la moral laica ha incorporado. El laicismo en el que creo no es la lucha contra la religión: es el respeto por todas las religiones.

He cambiado al conocer a Mandel, ese gran francés. Me habría gustado escribir su vida para reparar una injusticia, para cambiar la visión de los demás de ese destino trágico. Fue mi visión de la política la que se vio transformada. Georges Mandel era un apasionado de la política. En marzo de 1940, era Ministro del Interior. En mitad de la debacle, él fue uno de los que defendieron la Resistencia. Lo detuvieron. El 7 de julio de 1944, los milicianos lo sacaron de la cárcel y lo montaron en un coche. Al llegar al bosque de Fontainebleau, lo mataron con una metralleta. El 24 de julio, su hija le escribe a Pierre Laval: “Todavía soy muy pequeña y muy débil a su lado (…). Quiero decirle, Sr. Laval que compadezco a su hija: va a dejarle un apellido que hará Historia. El mío también. Lo único es que el mío será el de un mártir.”

Ese día, Francia se llamaba Claude Mandel. Tenía 14 años, su padre acababa de ser asesinado no por los ocupantes, sino por los franceses enemigos de Francia. Francia con 17 años tiene el rostro de Guy Môquet cuando lo fusilaron: “17 años y medio… ¡Mi vida ha sido corta! No me arrepiento de nada, salvo de abandonaros a todos.”

Francia con 19 años tiene el rostro luminoso de una hija de la Lorraine cuando Jeanne comparece ante sus jueces.Tiene 32 años y el rostro de un inmigrante italiano con nacionalidad francesa cuando Gambetta deja París asediado en globo para organizar la resistencia a los prusianos.

Francia con 44 años tiene el rostro ensangrentado de Moulin al morir torturado “sin haber revelado ningún secreto; él, que los sabía todos.” Tiene 50 años y la voz del General de Gaulle el 18 de junio de 1940. Tiene 56 años, el rostro negro del nieto de un esclavo que será gobernador de Chad y el primer resistente de los territorios de ultramar franceses. Se llama Félix Eboué. Tiene 58 años y el rostro de Zola cuando firma “Yo acuso” para defender a Dreyfus y a la Justicia.

Tiene 60 años, el rostro de un proscrito que se llama Victor Hugo cuando al comienzo de Los Miserables escribe: “Mientras en la Tierra haya ignorancia y miseria, los libros de la naturaleza de éste pueden no ser inútiles”.

Tiene 77 años y la fuerza del Tigre cuando, en marzo de 1918, Clemenceau declara:

“Continúo en la guerra y continuaré hasta el último cuarto de hora, ¡porque seremos nosotros los que tengamos el último cuarto de hora!” Tiene la voz, la figura, la dignidad de una mujer, huida de los campos de concentración, que exclama en la tribuna de la Asamblea: “ya no podemos cerrar los ojos a los 300.000 abortos que mutilan a las mujeres de este país anualmente”. Ese día, Francia se llama Simone Veil.

Tiene la voz de un joven cura francés, el abad Pierre, que el invierno del 54 lanzó por radio una patética llamada a los hombres: “Amigos que estáis tranquilos, una mujer ha muerto esta noche, a las tres, congelada en la acera del boulevard Sébastopol (…). Ante sus hermanos muriendo en la miseria, debe existir una sola opinión entre los hombres: el deseo de que eso no continúe así (…).”

Tiene el rostro y la edad de Georges Pompidou cuando evita lo peor en Mayo del 68. Francia tiene el rostro, la edad, la voz de todos aquellos que han creído en ella, que han luchado por ella, por su ideal, por sus valores, por su libertad. Tiene el rostro, la edad, la voz de todos los franceses que, en el fondo de su corazón, están convencidos de que Francia no se ha acabado. Porque Francia no se ha acabado. Porque tanto mi corazón como mi espíritu me dicen que Francia no quiere, no debe, no puede morir.

Cada vez que se consideraba acabada, deslumbró al mundo. Siempre se ha rebelado.

Siempre ha sabido encontrar en sí misma la fuerza para resucitar. Mi Francia es el país que ha sintetizado el Antiguo Régimen y la Revolución, el Estado capetiano y el Estado republicano, que inventó el laicismo para que convivieran los que creían en el Cielo con los que no creían en él.

Mi Francia es el país que, entre la bandera blanca y la bandera roja, escogió la bandera tricolor convirtiéndola en la bandera de la libertad; y la ha cubierto de gloria. Mi Francia es la de todos los franceses, sin excepción. Es la Francia de San Luis y la de Carnot, la de las cruzadas y la de Valmy, la de Pascal y la de Voltaire, la de las catedrales y la de la Enciclopedia, la de Enrique IV y la del Edicto de Nantes, la de los derechos del hombre y la de la libertad de credo.

Mi Francia es la de los franceses que votan a los extremos, no porque crean en sus ideas, sino porque se desesperan para que los escuchen. Quiero tenderles la mano. Mi Francia es la de los trabajadores que creyeron en la izquierda de Jaurès y de Blum y que no se ven reflejados en la izquierda inmóvil que ya no respeta el trabajo. Quiero tenderles la mano.

Mi Francia es la de todos aquellos que ya no creen en la política a causa de todo lo que les ha mentido. Quiero decirles: ayudadme a romper con la política que os ha decepcionado para volver a comenzar con esperanza. Mi Francia es la de todos esos franceses que en el fondo no saben bien si son de derechas, de izquierdas o de centro porque ante todo son hombres de buena voluntad. Quiero decirles, más allá de los compromisos partidistas, que los necesito para que todo sea posible.

Obviamente, existe la derecha y la izquierda. Mis valores son los vuestros, los de la derecha republicana. Son los valores de equidad, orden, méritos, trabajo, responsabilidad. Los asumo. Pero dentro de los valores en los que creo también hay dinamismo. No soy un conservador. No quiero una Francia inmóvil. Quiero innovación, creación, lucha contra la injusticia. He querido que estas ideas entraran a formar parte del patrimonio de la derecha republicana cuando incluso la izquierda los abandona. Pero antes de la derecha y la izquierda está la República, que debe ser irreprochable porque es un bien de todos; está el Estado, que debe ser imparcial; está Francia, que es un destino común.

Ser de derechas es rechazar hablar en nombre de una Francia contra la otra. Es rechazar la lucha de clases. Es rechazar la búsqueda en la ideología de la respuesta a todas las preguntas, la solución a todos los problemas. Es rechazar ver en el que te contradice a un enemigo y no a un ciudadano cuyos argumentos deben ser escuchados.

Mi Francia es una nación abierta, es la patria de los derechos del hombre. Es la que ha hecho de mí lo que soy. Amo con pasión al país que me ha visto nacer. No acepto ver como le denigran. No acepto que se quiera vivir en Francia sin respetar Francia y sin amarla. No acepto que quieran instalarse en Francia sin hacer el esfuerzo de hablar y escribir en francés.

Respeto las culturas de todo el mundo, pero ha de comprenderse que el que vive en Francia debe respetar los valores y las leyes de la República. La sumisión de la mujer se opone a la República, los que quieran someter a sus esposas no tienen nada que hacer en Francia. La poligamia se opone a la República, los polígamos no tienen nada que hacer en Francia. La ablación es un atentado contra la dignidad de la mujer y se opone a la República, los que quieran hacérsela a sus hijas no son bienvenidos en el territorio de la República francesa. Mi Francia es una nación que reivindica su identidad, que asume su historia. Nada se construye sobre el odio de los otros, pero no se construye nada bueno sobre el odio a uno mismo. No se construye nada al pedir a los niños que expíen las culpas de sus padres.

De Gaulle no le dijo a la juventud alemana: “sois los culpables de los crímenes que vuestros padres cometieron”. Le dijo: “os felicito por ser los hijos de un gran pueblo que, en determinado momento a lo largo de su historia, cometió grandes errores.” A los que formaron nuestro antiguo imperio debemos ofrecerles no la posibilidad de expiación, sino la fraternidad.

A todos aquellos que quieran ser franceses les ofrecemos no el arrepentimiento, sino compartir la libertad, la igualdad y el orgullo de ser franceses. Evitemos juzgar con mucha dureza el pasado con los ojos del presente. No todos los franceses apoyaron a Pétain durante la guerra. Los pescadores de la isla del Sena, los campesinos de Vercors no lo apoyaban. Los campesinos de Périgord que arriesgaban la vida para esconder a los judíos de Estrasburgo no lo apoyaban. No todos los franceses de las colonias eran explotadores. Entre ellos también había personas que trabajaban duro, que no explotaban a nadie y que lo perdieron todo.

Franceses que rápidamente odiáis a vuestro país y su historia, escuchad la gran voz de Jaurès: “No es preciso es juzgar siempre, a toda hora, sino preguntarse en cada época, en cada generación, de qué medios de vida disponían los hombres, a qué dificultades se enfrentaban, cuál era el peligro o la gravedad que encerraba su tarea y hacer justicia a cada uno con su carga.”

¿Por qué la izquierda ya no escucha la voz de Jaurès? ¿Cómo imaginar que un día podremos hacer que se ame lo que hemos enseñado a odiar? Al final del camino del arrepentimiento y el odio a uno mismo está, no nos engañemos, el comunitarismo y las leyes tribales. Rechazo el comunitarismo, que reduce al hombre a su mera identidad visible. Lucho contra las leyes tribales porque son las leyes de la fuerza bruta y sistemática.

No se trata de que nadie olvide su propia historia. Los hijos de los republicanos españoles hacinados en campos de refugiados, los hijos de los judíos perseguidos por la Milicia de Vichy, los descendientes de los calvinistas de Cévennes, los hijos de los harkis no han olvidado lo más mínimo su historia. Pero ellos adoptaron, al igual que yo, hijo de un inmigrante, la cultura, el idioma y la historia de Francia, para poder vivir un destino común mejor.

Frente al drama argelino, Camus dijo: “Las grandes tragedias de la historia suelen fascinar a las personas por sus horribles muestras. Entonces, se quedan paralizadas ante ellas sin decidir nada salvo esperar.” ¿Esperar a qué, si no es lo peor? Añadió: “La fuerza del corazón, la inteligencia y el valor bastan para que el destino fracase”.¿Por qué la izquierda ya no escucha la voz de Camus? ¿Quién no ve que, una vez más, junto con el corazón, la inteligencia y el valor, la llave de nuestra unidad y de nuestro futuro reside en la República y en la democracia?

*

Desde el primer día que surgió en nuestra historia, la República es una lucha que siempre se fundamenta en la emancipación de la persona. La República comienza cuando la política deja de estar al servicio de la sed de poder para ponerse al servicio de la felicidad de las personas.

El objetivo de la República es arrancar de nuestros corazones el sentimiento de injusticia. El objetivo de la República es permitir al que no tiene nada ser al menos un hombre libre; al que trabaja, poseer algo; al que empieza en lo más bajo de la escala social, llegar lo más alto que le permita su capacidad. El objetivo de la República es que las oportunidades de éxito sean las mismas para todos. Es que el niño reciba educación, se cure la enfermedad, la vejez no implique soledad, se respete al trabajador y se acabe con la miseria. El objetivo de la República es reconocer el trabajo como fuente de propiedad y la propiedad como representación del trabajo.

La República de Jules Ferry no era la de Danton. La del General De Gaulle no era la de Jules Ferry. Pero en todas subsistía el mismo ideal, que se perseguía de modos diferentes. La República no es una religión, la República no es un dogma, la República es un proyecto que todavía no se ha terminado.

Si queremos que la República vuelva a ser un proyecto compartido, debemos pasar de una República virtual a una República real.

La República real es la República que no se contenta con plasmar en sus monumentos libertad, igualdad y fraternidad, sino que lo plasma en la realidad de la vida cotidiana.

La República real no es la República en la que todo el mundo recibe lo mismo. Es la República en la que cada uno recibe lo que se merece, para bien o para mal. La República real es la que hace más por el que quiere avanzar y menos por el que no quiere hacer nada (la sociedad no puede aceptar que viva a su costa). La República real no es en la que sólo existen derechos y no existen deberes, es la República en la que los deberes son la cruz de los derechos. Propongo que no se acuerde ningún mínimo social sin que conlleve una actividad de interés general. Es aquella en la que los hombres y las mujeres tienen los mismos derechos, los mismos salarios, las mismas posibilidades de porvenir, la misma consideración. Es aquella en la que las mujeres que quieren trabajar pueden dejar a sus hijos a buen recaudo, en la que la maternidad no es un impedimento para la vida profesional, en la que los años dedicados a la educación de los hijos se tienen en cuenta a la hora de calcular las jubilaciones.

La República real en la que creo es la que no permanece indiferente ante un niño pobre, ante el sufrimiento de aquellos a los que la vida no ha sonreído. Es aquella que cuida de todos los niños cuyas familias lo deseen en estudio vigilado cuando sus padres no se puedan ocupar de ellos porque trabajan. Aquella que construye buenos internados para los alumnos de origen modesto que no pueden estudiar en sus casas. La República virtual es la que iguala a alumnos y profesores. La República real en la que creo es aquella que desea un colegio de la autoridad y el respeto, en el que el alumno se levante cuando el profesor entre, en el que las niñas no lleven velo, en el que los niños se quiten las gorras para estar en clase. La República virtual es la que desea entregar un título a todo el mundo a costa de bajar el nivel de los exámenes. La República real es la que desea dar una formación individual, que no teme la orientación, ni la selección, ni el elitismo republicano, que es la condición para la subir en la escala social. Es el colegio de los méritos, no el colegio que nivela o iguala.

La República real es aquella en la que el deporte no es un reducto reservado a los jóvenes o a las minorías visibles, sino que se convierte en una escuela de la vida porque los valores del deporte van más allá de toda edad, toda diferencia, toda incomprensión. Porque el deporte es una ética universal. La República virtual es aquella que practica el auxilio generalizado, pero permite que la gente se muera en la acera. Es la que proclama el derecho a una vivienda y no construye viviendas. Es la que proclama el derecho al empleo y que renuncia al objetivo del pleno empleo. Es la que proclama que el trabajo es un valor, pero no deja de menospreciarlo. Es la que proclama la continuidad de los servicios públicos, pero acepta que sus usuarios se vean retenidos periódicamente por las huelgas. Es la que proclama el derecho de ir y venir, pero busca sin cesar excusas para los delincuentes que envenenan la vida de todo el mundo.

La República real es la que hace efectivos los derechos que proclama. Es la República que crea empleos, que construye viviendas, que permite al trabajador vivir de su trabajo, que da oportunidades al niño pobre, que iguala a los jubilados en régimen especial con los del sector privado y los funcionarios, que garantiza los servicios mínimos en caso de huelga y que obliga a todo el mundo a acatar la ley. Deseo una ley sobre los servicios mínimos a partir del mes de junio de 2007. Por otro lado, deseo una ley que imponga el voto mediante papeletas secretas a los 8 días de la convocación de una huelga en una empresa, una universidad o una administración. Creo en la democracia social. Creo en el diálogo, en la negociación, en la paridad. Pero me niego a la toma de rehenes, los bloqueos, los arcaísmos, la violencia, la ley del más fuerte… ¡y la falta de valor!

La República real en la que creo es aquella que encarcela al presunto asesino de Claude Erignac y que trata a los verdugos y los que ponen bombas como lo que son:

unos homicidas y unos cobardes.

La República real es la que se obliga a presentar resultados. Es aquella de los derechos que podemos hacer valer ante los tribunales porque poseemos los medios de que sean oponibles.

Mi República es la del derecho oponible al alojamiento, porque si se piensa que la política no tiene nada que hacer en un país como Francia para evitar que la gente muera en la calle, mejor no hacer política.

Mi República es la del derecho oponible a la vivienda, porque si pensamos que la política no tiene nada que hacer para resolver en diez años la crisis de la vivienda, construyendo las 700.000 viviendas que faltan, mejor no hacer política. Mi República es aquella en la que cada uno podrá acceder a la propiedad de su vivienda. Debe permitirse a las clases medias, a la Francia trabajadora, el acceso a la propiedad. Propongo que el Estado garantice préstamos a los que no tienen medios. Propongo que se puedan deducir todos los intereses del préstamo de la renta imponible. Propongo que hagamos de Francia un país de propietarios porque los que acceden a la propiedad respetan su inmueble, su barrio, su medio… y, por lo tanto, a los demás; y porque quien accede a la propiedad es menos vulnerable a los accidentes de la vida.

Mi República es aquella del derecho oponible al cuidado de los niños, porque si pensamos que la política no puede hacer nada para resolver en cinco años el problema de las madres trabajadoras que no pueden cuidar de sus hijos, mejor no hacer política.

Mi República es aquella del derecho oponible a la escolarización de los niños disminuidos, porque si pensamos que de aquí a cinco años no podemos encontrar la manera de escolarizar todos los niños disminuidos, mejor no hacer política. Ese derecho no es un derecho que afecte únicamente a los niños disminuidos, también supone una oportunidad para los otros niños.

Pero mi República también es la de los deberes oponibles. No podemos mostrarnos complacientes con que se produzcan fraudes, abusos y despilfarros, que insultan el trabajo de los franceses y que minan los cimientos de la solidaridad nacional. Los derechos no son independientes de los deberes y sólo podemos ayudar a los que respetan las reglas y consienten esforzarse por avanzar. Quiero ser el Presidente de una República que le dirá a los jóvenes: “queréis que se os reconozca como ciudadanos plenos desde vuestra mayoría de edad. Lo seréis. Tendréis los medios para decidir por vosotros mismos cuándo os emancipáis de vuestros padres. Tendréis los medios para cumplir vuestras ambiciones, para vivir vuestra vida como queráis, para amar como consideréis. Tendréis los medios para llegar a ser lo que queráis. Pero aceptaréis aprender y formaros, seréis aprendices, becarios, seréis estudiantes. Si habéis dejado el colegio de pequeños, tendréis una segunda oportunidad para ir al colegio. Si no habéis pasado la Selectividad, tendréis acceso a cursos que os permitirán de igual manera entrar en la universidad. A cambio, las ayudas que hoy en día recibe vuestra familia para vuestra educación las recibiréis vosotros, si queréis. Si lo necesitáis, recibiréis una asignación para formación de 300 euros al mes que se os retirará si no asistís a clase, si dejáis de estudiar en serio. Tendréis derecho a préstamos sin intereses con el aval del Estado para financiar vuestro proyecto personal y comenzaréis a devolver ese préstamo a partir del momento en el que consigáis vuestro primer empleo. Si lográis un trabajo a tiempo parcial (y se hará todo lo posible para que todos los estudiantes puedan estudiar y trabajar al mismo tiempo), tendréis autonomía financiera de verdad, que supone la llave de toda libertad. Pero os la mereceréis por vuestro esfuerzo, por vuestro trabajo, por vuestra continuidad, por vuestra seriedad. Seréis responsables de vuestra vida. No quiero la sociedad del mínimo, porque no se vive con lo mínimo. Se sobrevive. Quiero la sociedad del máximo. Prefiero una juventud a la que se le ofrezca la posibilidad de realizar sus proyectos a una juventud condenada a las ayudas. Quiero ser el Presidente de una República que le diga a los jóvenes: “recibís mucho, también debéis dar de vosotros mismos. Debéis entender que pertenecéis a una nación que espera algo de vosotros y a la que le debéis mucho porque ella es la que os hace libres. Por eso, propongo un servicio civil obligatorio de 6 meses que cada uno adaptará en función de sus obligaciones para con el estudio, proyectos profesionales y vida familiar. Para vosotros supondrá una oportunidad de implicaros en grandes causas humanitarias, ampliar vuestros horizontes, conocer a otros jóvenes diferentes y será una posibilidad de reinsertarse en la sociedad para los jóvenes que hayan sido excluidos.

Nuestro modelo republicano está en crisis. Esa crisis es sobre todo moral y en el centro de ella se halla la desvalorización del trabajo.

El trabajo es la libertad, la igualdad de oportunidades, es la subida en la escala social. El trabajo es el respeto, la dignidad, la ciudadanía real. Con la crisis del valor trabajo, desaparece la esperanza. ¿Qué se puede esperar si el trabajo ya no permite salir de la precariedad, avanzar, progresar? El trabajador que ve que los que reciben ayudas llegan a fin de mes mejor que él sin hacer nada o que el empresario que lleva su negocio a la ruina sale con un paracaídas de oro termina diciéndose a sí mismo que no hay razón para pasarlo mal.

El trabajo está desvalorizado; la Francia que trabaja, desmoralizada. El problema es que Francia trabaja menos cuando los demás trabajan más. El pleno empleo es posible para los demás. También para nosotros: hay que amar el trabajo y no odiarlo.

El problema es que en Francia no hay trabajo suficiente como para financiar las jubilaciones, la ampliación de la duración de la vida, la dependencia, la protección social, para hacer funcionar nuestro modelo de integración. Durante mucho tiempo, la derecha ha ignorado al trabajador y la izquierda, que antaño se identificaba con él, ha terminado traicionándolo.

Quiero ser el Presidente de una Francia que vuelva a colocar al trabajador en el centro de la sociedad. Quiero proponer a los franceses una política cuya finalidad sea la revalorización del trabajo.

Al facilitar el endeudamiento de los hogares para financiar la creación de empresas o la compra de un coche indispensable para ir a trabajar, favorezcamos el trabajo. Quiero crear un sistema de fianzas públicas que divida los riesgos y permita pedir préstamos a todos aquellos que tengan un proyecto. Al invertir más, construimos un futuro para los trabajadores. Por eso, quiero llevar la ventaja fiscal para la investigación al 100%. Por eso, quiero que las empresas que invierten y crean puestos de trabajo paguen menos impuestos sobre los beneficios. Por eso, quiero que el Estado tenga medios para invertir en las áreas económicas en declive para industrializarlas de nuevo y no sólo para financiar las jubilaciones anticipadas. Cuando las empresas saben que pueden despedir a los trabajadores en caso de dificultades, contratan con más facilidad. Quiero proteger a las personas en lugar de los empleos. Quiero asegurar las trayectorias profesionales en lugar de impedir los despidos. Quiero crear un contrato único con duración indefinida que reemplazará a los contratos precarios y que permitirá que los contratados vayan adquiriendo derechos progresivamente. Quiero que se garantice el paro en caso de pérdida de empleo, a cambio de que el trabajador esté obligado a no rechazar más de dos empleos sucesivamente. Cuando la sociedad es la que nos mantiene, debemos aceptar una oferta de empleo que se corresponda con nuestra preparación. El trabajo no se recompensa, valora ni respeta lo suficiente. Y es por eso que el poder adquisitivo es demasiado débil, ya que los salarios son demasiado bajos y las cargas demasiado pesadas.

Hay que incrementar el poder adquisitivo. Los socialistas prometieron que se trabajaría menos, yo quiero que los franceses ganen más. Quiero ser el Presidente del incremento del poder adquisitivo. Quiero ser el que os garantice que si trabajáis más, si os arriesgáis más, si os comprometéis más, eso os beneficiará. Quiero ser el Presidente del pueblo que ha entendido que la RTT (reducción de tiempo de trabajo) no sirve de nada si no podemos pagar las vacaciones de los niños. Quiero la exoneración de las cargas sociales y del impuesto sobre la renta para las horas extraordinarias, para que por fin entendamos en Francia que el trabajo es una liberación, que la alienación es el desempleo.

Por eso quiero que cada francés pueda traspasar, mediante el impuesto de sucesiones, el fruto de una vida de trabajo. No tenemos que arrepentirnos de poseer un patrimonio como resultado de nuestro trabajo. Francia debe acoger los patrimonios en lugar de hacerlos huir. Cuando existen menos riquezas en un país, los que sufren las consecuencias son los más pobres. Compartir lo que ya no tenemos no hace que un pueblo prospere.

Quiero que el Estado esté obligado a dejar a cada uno al menos la mitad de lo que ha ganado. Quiero un escudo fiscal en el 50%, incluida la Contribución Social General y la Contribución para el Reembolso de la Deuda Social.

Todo es mejor que gravar al hombre que trabaja.

Todo es mejor que gravar al trabajador que crea riqueza.

Quiero gravar al que contamina antes que al que trabaja. Quiero gravar sobre las importaciones que no respetan las normas internacionales antes que sobre el trabajo.

Prefiero gravar el consumo antes que el empleo.

El trabajo crea trabajo. El trabajo contribuirá a equilibrar de nuevo nuestras finanzas públicas. Hará de Francia una República fraternal de nuevo. Quiero ser el Presidente de todos aquellos franceses que piensan que las ayudas sociales degradan a la persona. Quiero ser el Presidente que se esforzará por inyectar el capitalismo de moral, ya que considero que el capitalismo sin moral y sin ética no sobreviviría, porque no creo en la supervivencia de un capitalismo en el que los que fracasan tengan más ventajas que los que tienen éxito, porque no creo en la supervivencia de un capitalismo en el que se acaparen todos los beneficios y en el que, al contrario, se compartan todos los impuestos.

Quiero ser el Presidente que vuelva a situar la moral en el centro mismo de la política. El niño que en el colegio no aprenda ni la moral ni el comportamiento cívico, más tarde no comprenderá que ser un ciudadano no significa sólo tener derechos. El joven que ya no tiene que hacer el servicio militar cree de buena fe que jamás tendrá nada que ofrecer a los demás como contrapartida por lo que recibe. El hombre honesto que ve como el delincuente no es castigado y parte de sus impuestos van a para al bolsillo del defraudador acabará preguntándose por qué es el único que debe ser honesto. Pero si el colegio ya no enseña civismo no es culpa de los docentes. Si el Estado va mal no es culpa de los funcionarios. La responsable es la política. No me gusta como se habla de los funcionarios en nuestro país. No me gusta la política que buscar contraponer los salarios del sector privado con los del público. La mayoría conocen bien su función. Los funcionarios están desmotivados porque no se les reconoce su trabajo, porque los que menos hacen ganan lo mismo que los que más hacen. Se desmoralizan porque las 35 horas lo han complicado todo. Se puede contemplar en los hospitales el desconcierto y las preocupaciones de esas enfermeras, que ayudan y curan sin parar, debido a la desorganización y la falta de personal que derivan de la reducción autoritaria del tiempo de trabajo. Quiero un Estado en el que los funcionarios sean menos, pero mejor pagados, en el que puedan beneficiarse si trabajan más, en el que los plus de productividad se repartan equitativamente, en el que se recompensen los méritos individuales, en el que se facilite la promoción interna, en el que la enfermera pueda llegar a doctora, en el que el técnico pueda llegar a ingeniero, en el que el agente administrativo pueda llegar a Director, en el que la dignidad y la protección de los empleados públicos estén garantizadas.

Quiero que la función pública deje de ser el refugio de los que temer arriesgarse. Quiero que se convierta en algo vocacional para los que disfrutan con el bien común y el servicio público.

Quiero una democracia irreprochable.

La democracia irreprochable viene a ser la participación de cada uno para definir el destino de todos. La democracia irreprochable es aquella en la que no es preciso votar a los extremos para ser escuchado. Aquella en la que no es preciso salir a la calle para gritar nuestra desesperación. Aquella en la que cada uno reconoce una parte de sí mismo en la política de su país.

La democracia irreprochable no es aquella en la que el niño de uno de esos barrios en los que se acumulan todas las dificultades ve la televisión y descubre que ningún político se parece a él. La democracia irreprochable es aquella que permite que los niños de todos barrios sientan que tienen algo en común. La democracia irreprochable es aquella que permite extraer el veneno del extremismo del corazón de todos aquellos que se dejan llevar por la cólera y por el miedo porque se sienten excluidos.

La democracia irreprochable no es una democracia en la que los nombramientos se deciden en función de las connivencias y las amistades, sino en función de las facultades. Es aquella en la que el Estado es imparcial. Si el Estado quiere que se le respete, debe ser respetable. No transigiré. Para determinados puestos, no se debe nombrar a nadie sin que antes el candidato exponga obligatoriamente su visión estratégica para la empresa o el organismo que quiere presidir. Y, por añadidura, este nombramiento deberá ser ratificado por la votación de las comisiones parlamentarias pertinentes. El principio del príncipe no es compatible con la República irreprochable. La democracia irreprochable no es una democracia en la que el ejecutivo lo es todo y el Parlamento nada. Es una democracia en la que el Parlamento controla al ejecutivo y tiene los medios para hacerlo.

La democracia irreprochable es un Presidente que da explicaciones ante el Parlamento. Es un Presidente que gobierna. Es un Presidente que asume. No se elige un árbitro, sino un líder que dirá antes todo lo que va a hacer y, sobre todo, ¡que hará todo lo que haya dicho!

La democracia irreprochable no es aquella en la que se confunde la independencia de los jueces con la irresponsabilidad de los jueces. Es aquella en la que los jueces son responsables, como cualquier otro ciudadano, de los errores que cometen. Al menos, que el drama de Outreau haya servido para algo.

La democracia irreprochable es aquella en la que el gobierno define la política penal y en la que el pueblo participa en la decisión de justicia. Deseo que los jurados populares juzguen determinados asuntos correccionales como ya los hacen en los procesos penales.

La democracia irreprochable es aquella que castiga con dureza el crimen y que trata con dignidad a los condenados. Quiero que se renueven nuestras cárceles, muchas de ellas no son dignas de Francia.

Nuestra democracia no precisa de una nueva revolución constitucional. Cambiamos demasiado nuestra Constitución. Hay que dejar de decir que está bien y cada trimestre proponer una nueva modificación. Pero debemos cambiar radicalmente nuestro comportamiento para obtener las ventajas de la imparcialidad, la equidad, la honestidad, la responsabilidad, la transparencia.

La democracia irreprochable no es aquella en la que la representación sindical da por supuesta en función del comportamiento patriótico durante la II Guerra Mundial. Es aquella en la que la representación toma forma en elecciones en las que cada uno se puede presentar libremente desde el primer turno.

La democracia irreprochable no es sólo la democracia francesa, también es la democracia europea porque ambas están íntimamente ligadas. Tras el “no” en el referéndum de la Constitución europea, no podemos seguir participando en Europa de la misma forma. Quiero ser el candidato que le diga a los que votaron “sí”: “yo he votado ‘sí’ también y, al igual que vosotros, creo en una Francia abierta al mundo y en una Europa que permitirá que Francia sea más grande. Al igual que vosotros, creo que sería mortal quedarse inmóviles mientras los demás avanzan.” Pero también les quiero decir que sería peor aún juzgar a los que han votado “no” en lugar de intentar entenderlos. Quiero decirles que la Francia que gana perderá todo si desprecia a la Francia que no se siente bien. Quiero decirles que nuestros futuros están unidos, que todo lo que divide a los franceses debilita a Francia, que todo lo que debilita a Francia nos debilita a nosotros. Quiero decirle a aquel que no teme nada porque todo le va bien que debe tenderle la mano al que teme la exclusión, al que vive obsesionado con el descenso, porque nada está fuera del alcance de los accidentes de la vida, porque nuestra capacidad de vivir juntos, de entendernos y respetarnos es nuestro bien más precioso.

Quiero ser el Presidente de una Francia que le diga a los europeos: queremos Europa, la queremos porque sin ella nuestras viejas naciones no tendrán peso en la globalización, sin ella no se podrán defender nuestros valores, sin ella el choque de civilizaciones será más probable y el peligro para la humanidad será horrible. Quiero ser el Presidente de una Francia que le diga a los europeos: “no resucitaremos la Constitución europea. El Presidente Giscard d’Estaing ha hecho un trabajo encomiable, pero el pueblo ha decidido. Lo urgente es hacer que Europa pueda funcionar de nuevo adoptando por la vía parlamentaria un tratado simplificado. Lo urgente es lograr una Europa que entre en el juego de la subsidiaridad, que consiga un gobierno económico. Es una Europa en la que nadie pueda obligar a un Estado a implicarse en una política contra la que está, pero en la que nadie pueda tampoco impedir que los otros actúen.

Veo Europa como un multiplicador de potencia, no como un factor de impotencia; como una protección, no como el caballo de Troya de todo dumping, para actuar y no para subir. Creo en la Europa que querían sus padres fundadores, como un deseo común, no como una renuncia colectiva. Toda la vida he sido un europeo convencido, pero quiero tener la libertad para decir que Europa debe tener sus fronteras, que no todos los países del mundo están destinados a integrar Europa, empezando por Turquía. Al ampliar sin límite nos arriesgamos a destruir la unión política europea. No aceptaré eso.

Creo en el libre cambio y en la competencia. Pero quiero que cese la inocencia y que se imponga la reciprocidad en las negociaciones comerciales. La competencia debe ser leal. No es leal imponer a nuestras empresas que luchen contra la competencia que no respeta ninguna norma medioambiental, social o moral. Quiero ser el Presidente de una Francia que le diga a los europeos: “no podemos continuar con una moneda única sin un gobierno económico. Ya no podemos continuar con una Europa sin preferencia comunitaria, en la que un país miembro puede decidir unilateralmente legalizar masivamente a sus inmigrantes ilegales sin pedir opinión a nadie, cuando sus fronteras están abiertas.” Quiero ser el Presidente de una Francia orgullosa de sus regiones de ultramar, que suponen una oportunidad para nuestra nación y que tienen el derecho a desarrollarse instaurando zonas francas globales.

Quiero ser el Presidente de una Francia que vaya a decir a los europeos: “no podemos continuar dándole la espalda al Mediterráneo, porque en torno a ese mar en el que desde hace dos mil años dialogan y se enfrentan la razón y la fe, en esas riveras en las que se puso al hombre en el centro del universo por primera vez, una vez más está en juego una parte esencial de nuestro destino. Ahí podemos ganarlo todo o perderlo. Podemos tener la paz o la guerra, la mejor parte de la civilización mundial o el fanatismo, el diálogo de culturas o la intolerancia y el racismo, la prosperidad o la miseria, el desarrollo sostenible o la peor de las catástrofes medioambientales.”

Quiero ser el Presidente de una Francia que le diga a todos los países mediterráneos:

“¿estamos condenados indefinidamente a la venganza y al odio? No se debe olvidar nada, pero es tarea de todos forjar aquí, en el crisol de siglos y civilizaciones, el destino común de Europa, Oriente Medio y África, en una relación de igualdad y fraternidad”.

Quiero ser el Presidente de una Francia que proponga unir el Mediterráneo, como

antaño propuso unir Europa, y que incluirá en la perspectiva de esa unidad las

relaciones entre Europa y Turquía, sus lazos con el mundo árabe, la búsqueda de una

salida para el conflicto palestino- israelí, pero también la inmigración elegida, el codesarrollo,

el dominio del libre cambio y la defensa de la diversidad cultural. Quiero ser el Presidente de una Francia que le diga a los europeos y los africanos: “en un mundo en el que se diseñan amplísimas estrategias continentales que atraviesan los hemisferios, es vital para Europa pensar en una estrategia euroafricana cuyo pilar será, inevitablemente, el Mediterráneo”.

Quiero ser el Presidente de una Francia que le diga a EE.UU.: “somos amigos y Francia permanecerá fiel a esa amistad que la historia, la civilización y los valores de libertad y la democracia han tejido entre nuestros pueblos.” Quiero una Francia que trate siempre a EE.UU. como una amiga, que le diga siempre la verdad y que sepa decirle que no cuando se equivoque, que le diga que no tiene razón cuando viola el derecho de las naciones o de las personas que tanto ha contribuido a formar, cuando decida unilateralmente, cuando pretenda americanizar el mundo a pesar de que siempre haya defendido la liberta de los pueblos. Quiero decirle que creo en la pluralidad de las culturas y no en la cultura única con tronco estadounidense.

Quiero ser el Presidente de una Francia que se dirija a EE. UU. como un pueblo libre a otro pueblo libre que se entienden y se respetan.

Quiero ser el Presidente de una Francia que nunca cederá respecto a su independencia ni sus valores. Quiero rendir homenaje a Jacques Chirac, que honró a Francia al oponerse a la guerra en Irak, que era un error. Quiero ser el Presidente de una Francia que se equipe con unos medios de defensa a la altura del papel destacado que quiere seguir desempeñando en la escena mundial. Quiero ser el Presidente de la Francia de los derechos del hombre. Cada vez que se tortura a una mujer en el mundo, Francia la protegerá. Francia, si los franceses me eligieran como Presidente, protegerá a las enfermeras búlgaras condenadas a muerte en Libia. Protegerá a la mujer que puede ser lapidada porque es sospechosa de adulterio. Protegerá a la perseguida a la que se obliga a llevar burka, protegerá a la infeliz a la que se obliga a casarse con quien no ha elegido, protegerá a la que su hermano le ha prohibido ponerse falda. Protegerá al niño que es vendido o explotado. No creo en la “realpolitik” que hace renunciar a los valores sin ningún beneficio. No acepto lo que sucede en Chechenia ni en Darfour. No acepto el destino que les espera a los disidentes en muchos países. No acepto la represión a los periodistas a los que se quiere acallar. El silencio es cómplice. No quiero ser cómplice de ninguna dictadura en ningún lugar del mundo.

Quiero ser el Presidente de una Francia que le diga a todos los hombres: “No podemos continuar destruyendo nuestro planeta. No podemos continuar sacrificando el bienestar de las futuras generaciones por los excesos de las generaciones de hoy en día. Lo que está en juego es el futuro de la Humanidad. Lo que está en peligro es la paz mundial. Porque, si continuamos así, el calentamiento global, el agotamiento de los recursos y la contaminación desplazarán a los pueblos y los lanzarán a guerras que serán las más terribles de todas las guerras porque serán las guerras del hambre y por el agua, y serán las guerras más desesperadas. Creíamos haber entrado en el mundo de la abundancia y preparamos a nuestros hijos para el mundo de la escasez… y la escasez genera violencia.

La globalización de la economía no ofrecerá nuevas esperanzas a los pueblos desheredados; parece que, a partir de ahora, el desarrollo sostenible y el co-desarrollo serán los Titanes de la humanidad.

Quiero ser el Presidente de una Francia que dé ejemplo al mundo de un país cuya juventud está comprometida con el desarrollo, invierta en tecnologías propias y en nuevas energías, reduzca el despilfarro, se prepare para una sociedad de moderación en lugar de una sociedad de exceso.

La globalización nos obliga a reinventarlo todo, a pensar en nosotros frente a los demás sin cesar, no solamente en nosotros.

Quiero ser el Presidente de una Francia unida.

Quiero conseguir la unidad de Francia mediante la acción. Quiero que esa unidad sea como un renacimiento.

Tras Mayo del 68, Georges Pompidou dijo: “el mundo necesita un nuevo Renacimiento”. El Renacimiento, ese momento en el que, por primera vez, los hombres sintieron que todo era posible.

Todo les parecía posible a los hombres del Renacimiento. Todo les parecía posible a los del siglo de las Luces, a los de la Revolución, a los de los Treinta Gloriosos. Mientras que el mundo cambia a un ritmo al que jamás había cambiado; mientras que inmensas fuerzas de creación están en marcha por todos lados, que en todos lados los hombres luchan por inventar, por crear, por salir de la miseria, por intentar construirse un nuevo mundo, nosotros no podemos quedarnos quietos, no podemos contestarle al mundo que nos convida a unirnos a su carrera frenética por el cambio:

“¿para qué?”

He aquí el país que ha inventado la idea de progreso, que un día le gritó al mundo a la cara: “la felicidad es una idea nueva”; el país que fue el primero en decirle al Hombre:

“tienes unos derechos imprescriptibles”; el país que firmó un pacto de varios siglos con la libertad mundial; el país que tan a menudo ha ido un paso por delante de la civilización; he aquí que parece que hoy ha perdido esa fe en sí mismo, esa convicción de que el destino lo ha creado para llegar a hacer grandes cosas y para iluminar a la humanidad. Se ha instalado en él una duda que ha ido creciendo poco a poco, que poco a poco le ha ido quitando esa confianza que constituye la fuerza de las grandes naciones.

Esa duda terrible es el mal que debemos curar para que en el arte, la ciencia, la economía, en todos los campo vuelva a surgir la vida, en todos los campos la inteligencia y el trabajo de la persona vuelvan a fecundar el futuro. Quiero ser el Presidente de una Francia que haya comprendido que la creación de mañana se dará en la mezcla, la apertura, el reencuentro. Que se dará en el cruce de miradas, la fecundación recíproca de culturas, técnicas y conocimientos; que surgirá del encuentro entre el artista, el sabio, el ingeniero, el empresario, en el cruce de la comunicación, la economía, las ciencias, de todas las formas de arte y pensamiento, de trabajo e innovación.

Quiero ser el Presidente de una Francia que encarne la audacia, la inteligencia y la creación.

Quiero ser el Presidente de una Francia que no se encierre en su historia para evitar enfrentarse al futuro, que no sea un museo, pero que sepa impulsarse en su historia para coger fuerzas para el futuro.

Amigos, la tarea es enorme, pero merece la pena.

He pedido a mi familia que me ayude. Sé que ha sufrido. Quiero que entienda que no se trata de mí, sino de Francia.

Pido a los amigos que me han acompañado hasta aquí que me dejen libre: libre para acercarme a los demás, a los que jamás han sido mis amigos, a los que jamás han pertenecido a nuestro campo, a nuestra familia política que a veces se ha opuesto a nosotros. Porque, cuando se trata de Francia, ya no existen los campos. Os pido a todos que entendáis que sólo seré el candidato de la UMP, que en el mismo momento en el que vosotros me habéis elegido, debo dirigirme a todos los franceses, haya tenido la trayectoria que hayan tenido, sean de derecha o de izquierda, de una metrópolis o de ultramar, vivan en Francia o en el extranjero, les haya decepcionado Francia o no, siempre que la amen. Que debo reunirlos, ¡que debo convencerles de que juntos todo será posible!

Todo será posible para Francia,

Todos será posible si vosotros queréis,

Todo será posible si vosotros lo decidís.

Viva la República,

Viva Francia.

Discurso de Nicolas Sarkozyeso

Congro de la UMP - 14 de enero de 2007

Congreso de la UMP

Domingo 14 de enero de 2007

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Que ilu, voy a ser tu primer comentario, como tu primera regla, chispas. No me extraña, semejante ladrillo de texto...Anda, me limpio el culo con el, fachillas :)

Anónimo dijo...

Menudo tonto el que ha escrito arriba. Pero, ya sabéis, el trabajo, el patriotismo y el orden es de fachas.
Pues si es así, que viva el fascismo. Antes fascista que un vago y drogadicto hijo de puta que se cree que con llamar facha a la gente tiene razón.

FJ Gómez Pérez dijo...

Anda, mira, un julai por estos lares. Sabes, lo de "facha" ya está muy visto, debe ser que por eso mismo has dicho "fachilla".

De todas formas es que no sabéis decir otra cosa; sacaros de la eterna palabra, "facha", es un sueño. Qué digo un sueño, no sino una ilusión, y como toda la vida es sueño y los sueños, sueños son, pues qué voy a esperar de ti, oh grandioso tontorrón.

Hala, a mejorarse, chaval. Y cuidado con la gripe no la vayas a pillar...

Anónimo dijo...

´¡Pero cómo puedes esperar que un analfabeto utilice otras palabras que no sean facha/iila, democracia, extrema derecha, etc (el etc es corto porque su cabeza no les da para más)!
Si esperas eso es que tu también eres un peligroso ultraderechista-afiliado al PP opresor retrógrado.
La pena es que no nos queden islas perdidas para mandar allí a gilipollas como Oleguer y éste (aunque con la cantidad de gilipollas que hay en España, necesitaríamos una isla del tamaño de Australia.

Luis I. Gómez dijo...

El discurso:
IM - PRE - SIO - NAN - TE

Anónimo dijo...

Ernest Arias

realmente es impresionante el discurso de esta persona, comun y corriente al igual que todos pero con un intelecto muy superior al del izquerdista de hoy en dia ( mediocre, cerrado, terrorista, etc.) que perdio su rumbo doctrinario para combertirse en dictadores izquerdistas CHAVES y CASTRO.

me alegro que la derecha este encontrando su rumbo que le pertenece, rumbo que han tratado de tomar otras ideologias haciendolas pasar por rumbos propios el que entienda entienda.

y bien lo dice sarkozy no es la izquierda ni la derecha ni el centro lo que importa en un pais o gobierno, sino las personas, la sociedad, nuestros niños... o que acaso les vamos a enseñar a nuestros niños el futuro de un pais a como hacer una revolucion armada matando a tu hermano atropellando toda filantropia humana, o no, o no ese no es el futuro que espero porque "el fin no justifica los medios".

o preguntele a Stalin sobre el Olocausto de Ucrania, o a Castro sobre como les mintio a los cubanos antes de tomar cuba diciendo "yo se que todos pienzan que somos comunistas y quiero que quede claro nosotros no somos COMUNISTAS" y al poco tiempo de tomar cuba declaro "nosotros somos MARXISTAS-LENINISTAS".

asi son las tantas incongruencias que tiene la izquierda de hoy que perdio su camino y se extravio en el rumbo de la anbicion, el poder,
y las ganas de dominar absolutamente TODO.

y no hagas caso a los que te escriben amenasantemente por que esos son los que creen que induciendo terror en las personas las callaran son solo bobos utopicos que sigan con un sueño estancado... yo, mshh yo quiero un mundo dinamico y cambiante donde se respete toda ideologia y religion, donde se respete mas a las personas y sus problemas que pensar en como hacer una revolucion armada.

Anónimo dijo...

me podrias pasar el enlace de donde poder bajarme el discurso, o me lo puedes enviar a mi correo? te lo pongo aqui

amanita_63@yahoo.es


gracias