... José Blanco ha vuelto a cargar contra el Partido Popular, esta vez desde la propia capilla ardiente de la soldado caída en acto de servicio en Afganistán. Cualquier ocasión es buena, caña al mono que es de goma y que no decaiga la fiesta. Hay que mantener a la afición caliente, la sangre tiene que correr por la arena para que la plebe ruja de satisfacción, y nadie como Blanco para pronunciar las ofensas y los insultos de ordenanza, para expeler las ignominias y las falsedades de rigor. Cierto es que el PSOE tiene un buen banquillo de rompepiernas: Rubalcaba y López Garrido no son mancos, aunque al primero de ambos hay que reconocerle un estilo mucho menos chocarrero que al comunista reconvertido. Pero Blanco es el amo de este juego. Habría que hacerle ministro; de hecho su nivel intelectual no desentonaría demasiado entre Calvos, Trujillos, Calderas. Su cartera habría de llamarse algo así como “Ministerio del Pues anda que tú…”, siendo ésta como es su actitud favorita. Qué importa la realidad, si con la mentira se pueden conseguir los objetivos que se persiguen.
¿Acaso alguien puede decir seriamente que Afganistán e Irak no forman parte de la misma guerra? ¿Qué coño hacemos en Afganistán, si no luchar contra el terrorismo internacional evitando que vuelva a consolidarse un estado terrorista como el que regían los talibanes, aquellos energúmenos que, no contentos con lapidar mujeres o amputar brazos a los niños que hurtaban en el mercado, llevaron su fanatismo hasta fusilar y dinamitar las estatuas de Buda que constituían uno de los principales reclamos arqueológicos del país? Por cierto, qué curiosa similitud, ahora que caigo, con aquellos milicianos que en la Guerra Civil española fusilaban las imágenes de Cristo y de los santos con la munición que les sobraba tras haberse cargado al párroco.
Pero no: con Blanco como portavoz la guerra no es guerra, igual que el chapapote no es chapapote. Claro, cómo explicarle a la plebe que el terrorismo islámico se combate en lejanas montañas, que la despreciable civilización occidental, consumista, decadente y capitalista, necesita que un puñado de soldados españoles se juegue la vida, y tal vez la pierda, en un remoto país asiático. Cómo hacer entender a la multitud rugiente que existe una relación entre su plácida y abotargada existencia con chándal en un centro comercial en un domingo de rebajas, y las emboscadas de los talibanes. Cómo admitir que la Alianza de Civilizaciones requiere, para empezar, que existan civilizaciones que aliar, y que eso pasa en determinados lugares y momentos por defenderse a tiros de los salvajes. Cómo explicar que la misión humanitaria por excelencia, en Afganistán, es acabar con los opresores del medioevo. Y sobre todo, cómo hacer encajar todo esto con las mentiras que se han dicho y se dicen sobre el PP.
Germont
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