Rajoy-Zapatero: To go or not to go
Mucho se está hablando estos días sobre si Rajoy debe acudir o no al encuentro al que Zapatero le ha convocado. Y el mero hecho de que exista tal debate ya nos da una medida de cómo está la situación: en cualquier país normal sería absolutamente lógico que el presidente del gobierno y el líder de la oposición se reuniesen cuando hay sobre la mesa temas de tanto calado como el denominado proceso de paz o como el futuro mismo del Estado tal y como hoy lo conocemos. Pero es que probablemente en cualquier país normal no se habría llegado a estos extremos de zozobra e incertidumbre, y menos aún procediendo de una etapa estable y próspera como la que antecedió al actual gobierno socialista.
¿Qué sucede para que parte importante de la opinión pública conservadora se pronuncie, si no abiertamente en contra, que también los hay, sí desconfiadamente remisa ante la celebración de este encuentro, que debiera ser normal? Pues creo que se puede resumir de forma muy sencilla: hasta ahora, en todas las ocasiones anteriores, Rajoy ha sido engañado miserablemente por el presidente Rodríguez. Miserablemente y con ostentación: le ha ocultado información, le ha prometido cosas y comportamientos que no ha tardado ni 24 horas en incumplir y le ha utilizado cuando le ha convenido para hacerse la foto del supuesto consenso, ofreciendo diálogo y talante a raudales, que en pocas semanas se han convertido en posiciones inasumibles para el partido de la derecha.
Zapatero es un formidable embaucador, un encantador de serpientes que ha hecho de la falta absoluta de principios una norma de conducta y una estrategia política. Y aún así, Rajoy ha de ir, porque una vez más se le pone en el brete de quedar como intolerante y no dialogante si no acude. Ahora bien, debería, y confío que esta vez lo hará, tomar algunas precauciones. Una opción imposible, pero encantadora, la he oído hoy en boca de un amigo: que la reunión se celebrase ante la prensa. Sin preguntas, pero ante testigos de lo que ambos líderes se dicen. Impensable, y sin embargo sería la culminación de la transparencia. Puestos a soñar, ¿imaginan el mismo criterio aplicado al diálogo con ETA? ¿Nunca se han preguntado qué lo impide? Pues que allí está pasando precisamente lo que nos dicen que no está pasando: que están sobre la mesa cuestiones esenciales del futuro de España, y su propia existencia.
Pero volviendo a la entrevista en La Moncloa, ¿qué puede hacer Rajoy ante lo que se prevé como una nueva encerrona? Probablemente explicar antes de entrar, con toda claridad, qué preguntas le va a hacer al presidente. Y a la salida, con la misma claridad, qué respuestas concretas ha obtenido, o qué evasivas se le han dado. Explicar a Zapatero de entrada que al finalizar el encuentro se transmitirán a la prensa con pelos y señales los términos de la charla. Y preguntar por lo que todos queremos saber: de qué se está hablando con ETA; si existen líneas rojas en la negociación, y cuáles son; si Navarra está en juego; si Batasuna estará en las próximas elecciones; si se está dispuesto a reconocer el derecho de autodeterminación; si habrá medidas a favor de los presos etarras. Excepto la primera, todas las preguntas admiten, exigen de hecho, un sí o un no por respuesta. Y Rajoy ha de trasladarnos a los ciudadanos cuál ha sido la reacción del presidente ante cada una de ellas. Esa sería la gran utilidad del encuentro, y esa la justificación de que se celebre.
Germont
¿Qué sucede para que parte importante de la opinión pública conservadora se pronuncie, si no abiertamente en contra, que también los hay, sí desconfiadamente remisa ante la celebración de este encuentro, que debiera ser normal? Pues creo que se puede resumir de forma muy sencilla: hasta ahora, en todas las ocasiones anteriores, Rajoy ha sido engañado miserablemente por el presidente Rodríguez. Miserablemente y con ostentación: le ha ocultado información, le ha prometido cosas y comportamientos que no ha tardado ni 24 horas en incumplir y le ha utilizado cuando le ha convenido para hacerse la foto del supuesto consenso, ofreciendo diálogo y talante a raudales, que en pocas semanas se han convertido en posiciones inasumibles para el partido de la derecha.
Zapatero es un formidable embaucador, un encantador de serpientes que ha hecho de la falta absoluta de principios una norma de conducta y una estrategia política. Y aún así, Rajoy ha de ir, porque una vez más se le pone en el brete de quedar como intolerante y no dialogante si no acude. Ahora bien, debería, y confío que esta vez lo hará, tomar algunas precauciones. Una opción imposible, pero encantadora, la he oído hoy en boca de un amigo: que la reunión se celebrase ante la prensa. Sin preguntas, pero ante testigos de lo que ambos líderes se dicen. Impensable, y sin embargo sería la culminación de la transparencia. Puestos a soñar, ¿imaginan el mismo criterio aplicado al diálogo con ETA? ¿Nunca se han preguntado qué lo impide? Pues que allí está pasando precisamente lo que nos dicen que no está pasando: que están sobre la mesa cuestiones esenciales del futuro de España, y su propia existencia.
Pero volviendo a la entrevista en La Moncloa, ¿qué puede hacer Rajoy ante lo que se prevé como una nueva encerrona? Probablemente explicar antes de entrar, con toda claridad, qué preguntas le va a hacer al presidente. Y a la salida, con la misma claridad, qué respuestas concretas ha obtenido, o qué evasivas se le han dado. Explicar a Zapatero de entrada que al finalizar el encuentro se transmitirán a la prensa con pelos y señales los términos de la charla. Y preguntar por lo que todos queremos saber: de qué se está hablando con ETA; si existen líneas rojas en la negociación, y cuáles son; si Navarra está en juego; si Batasuna estará en las próximas elecciones; si se está dispuesto a reconocer el derecho de autodeterminación; si habrá medidas a favor de los presos etarras. Excepto la primera, todas las preguntas admiten, exigen de hecho, un sí o un no por respuesta. Y Rajoy ha de trasladarnos a los ciudadanos cuál ha sido la reacción del presidente ante cada una de ellas. Esa sería la gran utilidad del encuentro, y esa la justificación de que se celebre.
Germont
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