Rubianes
Rubianes lleva en Cataluña casi tantos años como los que lleva repitiendo su espectáculo. Me invitaron a asistir hace unos diez años, y lo hice con cierta prevención. Debo admitir que reí a gusto en muchas ocasiones. Es innegable su capacidad histriónica, su gestualidad, sus dotes para la improvisación o para fingirla, y un sentido del humor cáustico y a menudo surrealista.
Mi prevención venía de haberle visto en entrevistas y de algunas referencias que tenía, no recuerdo ahora de quién, de su frecuente recurso al insulto fácil y desmesurado, a la grosería más burda como detonante del aplauso en aquellos momentos en los que, por la razón que sea, el clima del espectáculo decae. Igual que reconozco haber disfrutado de ciertas ocurrencias, he de decir también que mis temores se confirmaron: en un momento determinado, sin venir a cuento, arremetió contra “la derecha” con los insultos más groseros y malsonantes que se puedan imaginar, con una saña y un odio que daban incluso miedo, incrementado por la reacción enfervorizada del público.
Particularmente Rubianes me cansa, como todas esas personas necesitadas de ser graciosas cada vez que abren la boca; esa gente que desempeña a todas horas un papel de aparente comicidad, de constante provocación, que no puede hilvanar dos frases sin introducir el supuesto chiste, y más cuando ese chiste va envuelto casi invariablemente en la escatología más zafia. En ese terreno, para mí Rubianes solo es superado por Leo Bassi, cuyas apariciones televisivas evito cuidadosamente.
No son más que unos ventajistas. Juegan a la provocación perpetua a sabiendas de que un amplio público siempre jaleará estas actitudes, y con la seguridad de que, tarde o temprano, alguien de entre “los otros” saltará con motivo de alguna provocación, dándoles así pie a presentarse como víctimas de la censura, del fascismo, de la derecha, de la represión. No hace mucho Bassi denunció un presunto intento de atentado contra su espectáculo antirreligioso, con una supuesta bomba de la que nunca más se supo. Luego fue Rubianes quien, con esa constante hiperexpresividad tan sospechosa que le caracteriza, arremetió contra España en el escenario más agradecido posible: un programa de TV3, televisión de Cataluña. Yo lo vi: ni contextos ni puñetas; dijo lo que dijo sin matices ni posibles interpretaciones. Insultó directamente a un amplio sector de población que respeta la idea de España, en cuya capital pretende ahora estrenar una obra. ¿Casualidad? No creo: se trata de recoger los réditos de la provocación. Publicidad gratuita para un espectáculo que, saliéndose de su línea cómica habitual, tiene serias posibilidades de convertirse en un fiasco.
¿Hay que evitar darle esa publicidad gratuita callando ante el bufón vociferante? No, en modo alguno: si un actor pronunciase palabras semejantes referidas a Cataluña, le sería imposible volver a pisar tierras catalanas (es lo que le sucede a Boadella por mucho menos). Que se busque Rubianes la vida y que puedan darle los madrileños, en nombre de todos los españoles, la mejor de las respuestas: que sean los suyos los que llenen la platea y sus bolsillos. De nuestras carteras, ni un céntimo.
Germont
Mi prevención venía de haberle visto en entrevistas y de algunas referencias que tenía, no recuerdo ahora de quién, de su frecuente recurso al insulto fácil y desmesurado, a la grosería más burda como detonante del aplauso en aquellos momentos en los que, por la razón que sea, el clima del espectáculo decae. Igual que reconozco haber disfrutado de ciertas ocurrencias, he de decir también que mis temores se confirmaron: en un momento determinado, sin venir a cuento, arremetió contra “la derecha” con los insultos más groseros y malsonantes que se puedan imaginar, con una saña y un odio que daban incluso miedo, incrementado por la reacción enfervorizada del público.
Particularmente Rubianes me cansa, como todas esas personas necesitadas de ser graciosas cada vez que abren la boca; esa gente que desempeña a todas horas un papel de aparente comicidad, de constante provocación, que no puede hilvanar dos frases sin introducir el supuesto chiste, y más cuando ese chiste va envuelto casi invariablemente en la escatología más zafia. En ese terreno, para mí Rubianes solo es superado por Leo Bassi, cuyas apariciones televisivas evito cuidadosamente.
No son más que unos ventajistas. Juegan a la provocación perpetua a sabiendas de que un amplio público siempre jaleará estas actitudes, y con la seguridad de que, tarde o temprano, alguien de entre “los otros” saltará con motivo de alguna provocación, dándoles así pie a presentarse como víctimas de la censura, del fascismo, de la derecha, de la represión. No hace mucho Bassi denunció un presunto intento de atentado contra su espectáculo antirreligioso, con una supuesta bomba de la que nunca más se supo. Luego fue Rubianes quien, con esa constante hiperexpresividad tan sospechosa que le caracteriza, arremetió contra España en el escenario más agradecido posible: un programa de TV3, televisión de Cataluña. Yo lo vi: ni contextos ni puñetas; dijo lo que dijo sin matices ni posibles interpretaciones. Insultó directamente a un amplio sector de población que respeta la idea de España, en cuya capital pretende ahora estrenar una obra. ¿Casualidad? No creo: se trata de recoger los réditos de la provocación. Publicidad gratuita para un espectáculo que, saliéndose de su línea cómica habitual, tiene serias posibilidades de convertirse en un fiasco.
¿Hay que evitar darle esa publicidad gratuita callando ante el bufón vociferante? No, en modo alguno: si un actor pronunciase palabras semejantes referidas a Cataluña, le sería imposible volver a pisar tierras catalanas (es lo que le sucede a Boadella por mucho menos). Que se busque Rubianes la vida y que puedan darle los madrileños, en nombre de todos los españoles, la mejor de las respuestas: que sean los suyos los que llenen la platea y sus bolsillos. De nuestras carteras, ni un céntimo.
Germont
1 comentario:
Perdona, pero Rubianes lo serás tú o tu santísima madre, pero a mí no me metas...
Germont
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