¿Por qué no derrotar a ETA?
No podrá negar el presidente del Gobierno, ni siquiera su hiperprotectora vicepresidenta, que el ejecutivo no está por la labor de acabar con ETA por la vía policial y judicial. Lo tienen dicho por activa y por pasiva: el objetivo es conseguir la paz, e incluso solicitó el presidente, y obtuvo con la oposición del PP, una especie de cheque en blanco del Congreso para negociar con la banda terrorista.
La pregunta es por qué y en qué momento decidió el gobierno socialista que no iba a derrotar a ETA. El porqué solo admite dos posibles respuestas, aunque de una de ellas se deriven luego multitud de nuevas preguntas: o bien el gobierno reconoce la incapacidad del Estado para derrotar a los criminales, o bien ha decidido que no quiere acometer ese empeño.
Parece evidente que no se trata del primer supuesto, máxime cuando tras ocho años de gobierno popular la banda terrorista se hallaba contra las cuerdas, tanto en sus comandos como en su estructura política y económica. Recordemos las apocalípticas predicciones que anunciaban el incendio del País Vasco si se ilegalizaba Batasuna. Digamos también que, evidentemente, no es lo mismo acabar con la actividad criminal de ETA, o al menos con aquella más dramáticamente "vistosa", que resolver el denominado problema vasco. Pero no deja de ser cierto que, siendo ETA el síntoma más sangriento de ese problema, el nacionalismo sin ETA se ve seriamente mermado en su política de árboles y nueces.
Así pues, tan solo nos queda la segunda opción: el gobierno quiere acabar con el fenómeno terrorista, faltaría más, pero está determinado a que eso no suceda por la vía de la derrota. Y ahí es donde surgen todos los interrogantes, puesto que una actitud tan insólita abre la puerta a cualquier tipo de cábala e incluso maledicencia. Desde la más inocua, que aventura que lo que se pretende es garantizarse el apoyo parlamentario nacionalista por los restos a base de iniciar un proceso similar al catalán, para lo que resulta imprescindible el pequeño detalle estético de que no maten por la calle a los discrepantes, hasta la más inquietante, que habla del pago de oscuros favores cuyo origen se situaría a mediados de marzo de 2004 en unos trenes de cercanías en Madrid. Pasando por una que insinúa que, hallándose muy próxima la derrota pero no siendo ésta visible si se produce por el mero languidecimiento de la banda hasta su extinción, el gobierno ha preferido hacerse la foto del fin de la violencia aún a costa de ceder cuando no era necesario. De ahí que esté ofreciendo la negociación pese a las sucesivas bofetadas que, en forma de bomba, la ETA le va propinando.
Y porqué no, también podría ser una mezcla de todas ellas. De hecho, a cuál peor...
Germont
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