El triunfo de Baco
¿Para qué beber y conducir, si puedes fumar y volar? Les Luthiers.
Conocí a Gianni Revora en un otoño florentino, cuando historiadores de media Europa fuimos invitados a empaparnos de buena economía política en la antigua casa del comerciante de lanas pratense Francesco Datini. Se que tardaré mucho en volver a dar con un grupo tan heterogéneo y tan interesante como aquel. Todos éramos allí tan ferozmente individualistas que nadie conseguía ponernos de acuerdo para realizar juntos las excursiones de fin de semana, que si uno quería ir a Rávena para comprobar in situ el esplendor de los cimacios y mosaicos bizantinos, que si otro prefería ir a Roma a charlar con un viejo amigo de profesión, nunca faltaba la pléyade de románticos que se imponían una vista obligada para perderse en Venecia o aquellos que, como yo, preferían contemplar el tiempo pasar en alguna plazuela escogida, con piano de fondo y un buen vaso de chianti sobre la mesa, digamos que en Pistoia o en algún rincón elegido del Sancto Spirito florentino. La organización se las veía y se las deseaba para conseguir que permaneciésemos todos juntos, al menos en los actos y visitas considerados oficiales. Sólo "el Corso" con su taberna que olía permanentemente a salami y a aceite de oliva rancio, lograba congregarnos al atardecer, ya cansados de monsergas, aunque las pronunciase el mismo Braudel, para dejar vagar la vista indolentemente a lo largo de la Piazza del Duomo, sentados en la terraza que daba la espalda al campanile de la catedral, obra de un tal Donatello. Era entonces cuando Gianni Revora se quedaba mirando pensativo a los adolescentes allí congregados a cientos, que pasaban la tarde plantados en la plaza, junto a sus scooters, en grupos de dos o tres docenas, sin hacer aparentemente nada. Entonces esbozaba un gesto de disgusto y exclamaba ¡pinguini!, ¿perdón? —Se me ocurrió preguntarle una vez—, ¡pinguinos, pájaros bobos!, las colonias de Adelia tienen más vida y más comunicación que estos tipos —respondió en su tono arisco habitual.
Y eso que entonces los chicos italianos no bebían en la calle, sólo se observaban a distancia, limitándose a cercar a las féminas propias y ajenas con variantes del Ti Amo. ¿Qué diría Gianni Revora de nuestros botellones alegremente retransmitidos en prime time por las televisiones nacionales? ¿Qué se puede decir de estos Kelidrunkers adolescentes, convocados a orden imperativa de SMS para beber compulsivamente vino barato mezclado con cola? ¿Será por ventura que la colectivización de jóvenes hígados inflamados molesta menos al poder que aquellos que se fuman un cigarrito cuando les vienen las ganas? No se entiende de otra manera tamaña alienación colectiva, que está convirtiendo a nuestros consentidos adolescentes en incendiaria chusma de fin de semana, en un populacho indecente sin respeto por la paz y la hacienda de sus conciudadanos. Aliena, degrada, que algo queda, parece ser la divisa de aquellos que, desde los mismos poderes, fomentan, permiten y hasta ríen las salvajes gracias de esta legión de tristes protocirróticos sin conciencia ni esperanza.
Sartine
1 comentario:
Sobre el botellón: me gustaría abrir la reflexión de que hasta que punto la prohibición y las cargas policiales no son una actitud farisaica e hipócrita de las autoridades.
Experiencia vivida en Barcelona: Día del botellón coincidió con el St. Patrick's day, Plaza Real hacia las 2 a.m., marea verde de irlandeses bebiendo cerveza en las terrazas y alrededores, llegada de los Mossos, sin mediar palabra cargaron contra los irlandeses y contra todo quisqui, sin comentarios.
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