Infodemia
Articulo de Xavier Sala-Martín
Ávila, 18 de diciembre de 2005. Una mujer de 45 años aparece muerta en la cama de su casa. En el telediario del día aparecen unas imágenes de la habitación donde se ve una cacatúa en una jaula. El presentador insinúa que el animal provenía de Tailandia y que éste podría ser el primer caso de gripe aviar en España. El ministerio de sanidad pone el
pueblo en cuarentena y ordena el sacrificio de millones de pollos. Las grandes empresas agroalimentarias españolas presentan suspensión de pagos. Las medidas tomadas no consiguen evitar que la noticia corra como la pólvora por todo el mundo. Los turistas europeos suspenden su viaje de fin de año a España y los americanos, más prudentes, cancelan sus vacaciones veraniegas en Europa. Docenas de operadores turísticos y tres compañías aéreas tienen que cerrar las puertas. El pánico se apodera de los inversores y las bolsas sufren un "crac" parecido al de 1929. Europa y los Estados Unidos entran en una profunda recesión. El gobierno chino, que ha estado invirtiendo todos sus superávits en América, pierde miles de millones y dejan de comprar dólares lo que
provoca la subida del yuan y la caída en picado de las exportaciones. Para evitar la fuga de capitales, el gobierno chino impone un corralito financiero que contagia la crisis económica a toda Asia. Las empresas asiáticas, sin recursos, dejan de invertir en África y ésta vuelve a tener crecimiento negativo. Reaparece la hambruna y mueren millones de personas.
Ávila, 18 de diciembre de 2006. Ha pasado un año. Los análisis definitivos demuestran que la señora murió de sobredosis de cocaína. ¡Ah! y alguien se da cuenta de que… ¡las cacatúas no vienen de Tailandia! El presentador del telediario no va a la cárcel por haberse inventado el cuento de la gripe aviar y haber provocado la ruina y la muerte a millones de ciudadanos. ¡Si! Ha habido una epidemia. Pero no ha sido causada por el pollo sino por la falsa información. Ha habido lo que podríamos llamar una infodemia.
Lógicamente, ésta es una historia inventada. Pero es una historia que podría pasar porque vivimos en un mundo en que la prensa, con su necesidad de publicar desastres telegénicos (y sólo desastres telegénicos), decide qué es una catástrofe y qué no. A veces, incluso se inventa calamidades que acaban teniendo consecuencias catastróficas. Y todo eso lo hace con total impunidad. Veamos algunos ejemplos:
Durante 1999 nos avasallaron con aquello del Y2K, un desastre informático que tenía que destruir todos los ordenadores al entrar el nuevo milenio. Se sepultaron miles de millones de euros en protección y, al final, ni un solo ordenador en todo el planeta resultó tener problemas (ni siquiera los que, como el mío, nunca fueron inmunizados por lo que no vale la excusa de que no hubo problemas gracias a las medidas adoptadas). Nadie asumió responsabilidades por la gigantesca intoxicación informativa.
En 2001, se detectó cáncer en cuatro niños de un colegio de Valladolid. Algún iluminado vio que allí cerca había una antena de telefonía móvil y propagó la noticia. El pánico se apoderó de los
ciudadanos hasta el punto de que, todavía hoy, los alcaldes de todo el estado ponen pegas cada vez que se quiere colocar una antena, cosa que causa un gran perjuicio a la competitividad de todo el país. Desde entonces, numerosos estudios demuestran que es menos peligroso vivir cerca de una antena que exponerse a los rayos durante unos minutos al día. Pero eso ya no sale en los periódicos...
El 20 de marzo de 2003 empezó la guerra de Irak. Desde entonces, los periódicos de todo el mundo publican una o dos páginas diarias informando de todas y cada una de las muertes de ese conflicto. Mientras tanto, se están librando otras docenas de guerras por todo el globo –algunas muchísimo más sanguinarias que la de Irak- aunque la prensa occidental no lo publica. Eso permite a dictadores salvajes exterminar a centenares de miles de ciudadanos con toda impunidad. Pero los responsables del sesgo informativo no se inmutan.
El 26 de diciembre de 2004, un tsunami arrasa las costas de Asia provocando unos 200.000 muertos. No hay duda que se trató de un grandísimo desastre natural y los medios de comunicación publicaron la noticia durante semanas. El problema es que ayer, sólo ayer, 20.000 niños murieron en África por causas relacionadas con la pobreza extrema. Ustedes están leyendo el periódico: repásenlo de arriba a abajo y verán que los 20.000 muertos no aparecen por ninguna parte. Es como si en África hubiera un tsunami cada 10 días en medio de la indiferencia mediática. El problema es que las montañas de euros que los medios consiguieron movilizar para las víctimas del tsunami… fue dinero que los donantes dejaron de mandar a África. Eso agravó la situación de millones de ciudadanos al sur del Sáhara sin que nadie se sienta responsable.
Y finalmente, la madre de todas las catástrofes: cada vez que hace mucho frío, o mucho calor, o mucha lluvia, o poca lluvia, o mucho viento, o nada de viento, los presentadores del telenoticias nos
anuncian que estamos ante una nueva demostración de que el cambio climático causado por la acción humana ya ha empezado. Claro que a su lado, el metereólogo de la casa, con aquella mirada perpleja que ponen las vacas cuando miran a los trenes, intenta explicar que una tormenta no es demostración de nada y que la verdad es mucho más compleja. Es decir, el experto habla con la incertidumbre propia de los científicos y no con la seguridad de los creadores de infodemias.
pueblo en cuarentena y ordena el sacrificio de millones de pollos. Las grandes empresas agroalimentarias españolas presentan suspensión de pagos. Las medidas tomadas no consiguen evitar que la noticia corra como la pólvora por todo el mundo. Los turistas europeos suspenden su viaje de fin de año a España y los americanos, más prudentes, cancelan sus vacaciones veraniegas en Europa. Docenas de operadores turísticos y tres compañías aéreas tienen que cerrar las puertas. El pánico se apodera de los inversores y las bolsas sufren un "crac" parecido al de 1929. Europa y los Estados Unidos entran en una profunda recesión. El gobierno chino, que ha estado invirtiendo todos sus superávits en América, pierde miles de millones y dejan de comprar dólares lo que
provoca la subida del yuan y la caída en picado de las exportaciones. Para evitar la fuga de capitales, el gobierno chino impone un corralito financiero que contagia la crisis económica a toda Asia. Las empresas asiáticas, sin recursos, dejan de invertir en África y ésta vuelve a tener crecimiento negativo. Reaparece la hambruna y mueren millones de personas.
Ávila, 18 de diciembre de 2006. Ha pasado un año. Los análisis definitivos demuestran que la señora murió de sobredosis de cocaína. ¡Ah! y alguien se da cuenta de que… ¡las cacatúas no vienen de Tailandia! El presentador del telediario no va a la cárcel por haberse inventado el cuento de la gripe aviar y haber provocado la ruina y la muerte a millones de ciudadanos. ¡Si! Ha habido una epidemia. Pero no ha sido causada por el pollo sino por la falsa información. Ha habido lo que podríamos llamar una infodemia.
Lógicamente, ésta es una historia inventada. Pero es una historia que podría pasar porque vivimos en un mundo en que la prensa, con su necesidad de publicar desastres telegénicos (y sólo desastres telegénicos), decide qué es una catástrofe y qué no. A veces, incluso se inventa calamidades que acaban teniendo consecuencias catastróficas. Y todo eso lo hace con total impunidad. Veamos algunos ejemplos:
Durante 1999 nos avasallaron con aquello del Y2K, un desastre informático que tenía que destruir todos los ordenadores al entrar el nuevo milenio. Se sepultaron miles de millones de euros en protección y, al final, ni un solo ordenador en todo el planeta resultó tener problemas (ni siquiera los que, como el mío, nunca fueron inmunizados por lo que no vale la excusa de que no hubo problemas gracias a las medidas adoptadas). Nadie asumió responsabilidades por la gigantesca intoxicación informativa.
En 2001, se detectó cáncer en cuatro niños de un colegio de Valladolid. Algún iluminado vio que allí cerca había una antena de telefonía móvil y propagó la noticia. El pánico se apoderó de los
ciudadanos hasta el punto de que, todavía hoy, los alcaldes de todo el estado ponen pegas cada vez que se quiere colocar una antena, cosa que causa un gran perjuicio a la competitividad de todo el país. Desde entonces, numerosos estudios demuestran que es menos peligroso vivir cerca de una antena que exponerse a los rayos durante unos minutos al día. Pero eso ya no sale en los periódicos...
El 20 de marzo de 2003 empezó la guerra de Irak. Desde entonces, los periódicos de todo el mundo publican una o dos páginas diarias informando de todas y cada una de las muertes de ese conflicto. Mientras tanto, se están librando otras docenas de guerras por todo el globo –algunas muchísimo más sanguinarias que la de Irak- aunque la prensa occidental no lo publica. Eso permite a dictadores salvajes exterminar a centenares de miles de ciudadanos con toda impunidad. Pero los responsables del sesgo informativo no se inmutan.
El 26 de diciembre de 2004, un tsunami arrasa las costas de Asia provocando unos 200.000 muertos. No hay duda que se trató de un grandísimo desastre natural y los medios de comunicación publicaron la noticia durante semanas. El problema es que ayer, sólo ayer, 20.000 niños murieron en África por causas relacionadas con la pobreza extrema. Ustedes están leyendo el periódico: repásenlo de arriba a abajo y verán que los 20.000 muertos no aparecen por ninguna parte. Es como si en África hubiera un tsunami cada 10 días en medio de la indiferencia mediática. El problema es que las montañas de euros que los medios consiguieron movilizar para las víctimas del tsunami… fue dinero que los donantes dejaron de mandar a África. Eso agravó la situación de millones de ciudadanos al sur del Sáhara sin que nadie se sienta responsable.
Y finalmente, la madre de todas las catástrofes: cada vez que hace mucho frío, o mucho calor, o mucha lluvia, o poca lluvia, o mucho viento, o nada de viento, los presentadores del telenoticias nos
anuncian que estamos ante una nueva demostración de que el cambio climático causado por la acción humana ya ha empezado. Claro que a su lado, el metereólogo de la casa, con aquella mirada perpleja que ponen las vacas cuando miran a los trenes, intenta explicar que una tormenta no es demostración de nada y que la verdad es mucho más compleja. Es decir, el experto habla con la incertidumbre propia de los científicos y no con la seguridad de los creadores de infodemias.
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