martes, enero 02, 2007

Cómo convertir al asesino en mártir

La espeluznante escena de la ejecución de Saddam Hussein, aparte de repugnar a cualquier espíritu sensible, pone de manifiesto la infinita torpeza con que se desarrollan las cosas en Irak. Que no se me diga que el juicio, condena y ajusticiamiento del tirano ha sido un asunto interno iraquí, porque a nadie se le oculta que el gobierno de Irak es un títere de los Estados Unidos. Con un mínimo de voluntad nos podían haber ahorrado este espectáculo que avergüenza a cualquier persona civilizada.

Con independencia de la postura personal de cada uno respecto a la pena de muerte, e incluso de la oportunidad de esta muerte concreta (por la que no derramaré una lágrima, dicho sea de paso), cuando los poderes públicos recurren a la que constituye la expresión máxima y más dramática de su poder y su autoridad (quitar la vida a uno de sus ciudadanos), les es exigible que esa decisión extrema no se convierta en un espectáculo público, en un linchamiento filmado con teléfonos móviles, desarrollado en escenarios sórdidos y con el reo teniendo que soportar en sus últimos minutos de vida insultos y escarnios de sus verdugos.

Saddam Hussein era un asesino sanguinario y cruel, y es lástima que no pudiese ser juzgado por sus otros crímenes innumerables. También es cierto que la peculiar idiosincrasia de los países árabes se recrea en las imágenes de muerte y violencia, y que en un país tan escarmentado la única posibilidad de que los ciudadanos crean que el monstruo realmente ha desaparecido es retransmitiendo en directo cómo su cuello se fractura al caer el cuerpo por la trampilla. Pero en un país ocupado por potencias occidentales debía haberse intentado demostrar que hay otras maneras de hacer las cosas. La principal, probablemente, conmutando la pena de muerte por cadena perpetua. Pero al menos, si eso no era posible o no se quería mantener esa figura con vida como referente para sus partidarios, debía haberse garantizado una ejecución digna. Con esta cruel bufonada se ha conseguido que Saddam acabe poco menos que convertido en un mártir, en un héroe al que sus verdugos casi han transformado en una víctima digna en medio de tanta barbarie. Lo que le faltaba a Irak, y a la ya deteriorada imagen de la guerra: que el monstruo ajusticiado acabe inspirando compasión.



Germont

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Gobierno títere?
Me parece que en Iraq votaron algunos más que en el referendum catalán.