lunes, marzo 03, 2008

Hugo Chávez acierta

Por Germont

Por una vez, Hugo Chávez tiene razón: Colombia va camino de convertirse en el Israel de América latina. Por supuesto que el dictadorzuelo venezolano hace la comparación basándose en los tópicos del progresismo mundial: Israel como estado agresor y violento, en un entorno de muchachos indefensos que se protegen con piedras frente a uno de los ejércitos más poderosos del mundo. Y en ese sentido no atina, pero como suele suceder hay gente que sólo acierta cuando se equivoca, y Chávez es uno de ésos. Israel va camino de convertirse en el Israel de Centoamérica, acorralado por dos países en la onda castrista y azotado por la más violenta, cruel y persistente organización terrorista. Un país democrático, moderno, avanzado y libre, que sufre con entereza los embates de una violencia endémica de confuso origen terrorista y narcotraficante. Los últimos vestigios de la llamada insurgencia que asoló los países sudamericanos en la segunda mitad del siglo XX, alimentada por la Unión Soviética con el inestimable trampolín de la Cuba castrista, sobreviven en Colombia, donde los falsos pacifismos consiguieron prácticamente convencer al mundo de que debían cederse zonas enteras del país a los terroristas. La valerosa política de Alvaro Uribe, auténticamente solo ante el peligro, ha equilibrado la partida, pero la izquierda mundial no se lo perdona.


Bastaba con ver y escuchar hoy al caudillo venezolano que, aparte de asesinar el latín con su inefable “causus bellis”, parecía relamerse ante la posibilidad de una guerra con Colombia. Chávez necesita urgentemente un enfrentamiento con quien sea, una guerrita que llevarse a la boca para galvanizar con toda su carga de demagogia letal a la parte de población aborregada que le da apoyo. Bienvenida fuese la aventura, si tuviese el mismo final para él que tuvo para los sanguinarios militares argentinos que tuvieron la ocurrencia de enfrentarse al Reino Unido de Margaret Thatcher. Bestias como Chávez viven del enfrentamiento, del odio canalizado para hacer olvidar sus fracasos y sus ridículos, como el referéndum y la famosa bofetada dialéctica del Rey de España. Su acólito ecuatoriano no se atreve a tanto, pero gasta los mismos gestos, como ordenar a un uniformado, en directo y ante las cámaras, que envíe una patrulla a ver qué ha sucedido.

Gran papel el que podría jugar España en América si decidiese encabezar el apoyo decidido a Colombia frente al terror y al narcotráfico, terrible unión temporal de empresas que la izquierda mundial se niega a admitir como cierta. Gran papel, y fácil de justificar además, incluso ante la opinión izquierdos: ¿cabe mayor crueldad que el secuestro eterno de Ingrid Betancourt y de otros cientos de ciudadanos a quienes el terrorismo izquierdista mantiene en su poder desde hace lustros? Causas igualmente nobles merecieron la movilización del mundo entero, y pienso en la liberación de Nelson Mandela o en las campañas de las Madres de Mayo antes de que cayesen también en la órbita de Bonafini y sus cómplices. ¿Por qué la izquierda no se moviliza por la liberación de los rehenes de la guerrilla, auténticos condenados a largos años de prisión sin juicio ni crimen? Tal vez la nunca extinguida conciencia de pertenecer al mismo mundo anticapitalista, antiamericano y antioccidental les impide pronunciarse abiertamente. Pero ¿y la derecha? La liberación de Betancourt (ella es el símbolo, pero hay muchos más) debería ser un clamor constante, como Sarkozy ha empezado a pregonar.

Si la causa del pueblo colombiano ya es suficientemente noble, la claridad del enfrentamiento se vuelve diáfana cuando vemos que en el bando de las FARC se alinean ya sin tapujos personajes siniestros como Chávez, Morales o Correa. Hace sesenta años el símbolo era Berlín, que permitió a Kennedy enarbolar su legendario “Ich bin ein Berliner”. Hoy la guerra se sitúa en Israel, pero también en Colombia. Todos somos israelíes, todos somos colombianos.


Germont

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