viernes, junio 30, 2006

La dictadura

El martes pasado tuve la suerte de asistir a la proyección de la película “13 entre mil”, que organizaron en mi ciudad la AVT y Coruña Liberal. Después, intenso debate al que asintieron, entre otros, Iñaki Arteta, director del film y Jaime Larrinaga, el valiente ex-párroco de Maruri. Mal día para heroicidades, España se jugaba el pase contra la jurásica selección Francesa. Puede parecer sorprendente, pero el salón de actos de la Fundación Caixa Galicia estaba lleno, un verdadero alegrón para los esforzados organizadores.

Excelente, excelente, nos decíamos. No obstante si se piensa despacio, el asunto tiene más de una lectura, por ejemplo, ¿porqué en un día así, muchos ciudadanos consideraron más importante su presencia en un acto sin duda trascendente pero poco festivo, antes que participar de la general alharaca mundialista? Los que nos quedamos a escuchar a Iñaki, a Jaime, a Fina, lo tenemos bastante claro. “Euskadi es increíble”, reza el slogan oficialista de Ibarreche, ya lo sabíamos, pero tras escuchar a los que allí acudieron para trasladarnos su testimonio, comprendimos hasta qué punto es increíble aquella tierra.

Increíble el horror con el que tantos han de convivir cada día. Increíble el éxodo forzado de doscientos mil vascos. Increíble el general adoctrinamiento de una población dominada por la falacia organizada. Increíble la alienación cultural y educativa que disemina el PNV sobre la triste grey que gobierna y todavía le vota. Increíble la actitud cómplice y sumisa de la inmensa mayoría de la iglesia vasca con el nacionalismo.

Iñaki nos hablaba de un virus, un miasma patógeno e invasivo llamado nacionalismo, que informa aquella sociedad hasta el tuétano. Para él, para Jaime, no cabe ninguna duda, el País Vasco está mortalmente enfermo, en Euskadi no existe libertad, no existe más que una dictadura cada vez menos encubierta, un poder clientelar y cómplice con los que asesinan, especializado en todo lo que signifique acallar a los heterodoxos del sistema. Decía Jaime que en sus tiempos de párroco, muchas veces no había curas que se mostrasen dispuestos a oficiar los funerales de los asesinados por ETA, ni eso querían conceder a los dominados, hasta que él y un par de suicidas como él, decidieron fundar un trasunto de somatén clerical destinado a desplazarse a donde hiciese falta oficiar un servicio religioso por la memoria de los que los alegres gudaris se iban sacando de en medio cada martes y cada jueves. Y eso no pasaba en la Camboya de Pol Pot, ocurría en Mondragón, en Guetaria, en Zarauz, si, si, ese mismo Zarauz desde el que nos cuenta sus milongas culinarias el dicharachero Arguiñano, ¡vengan a las playas de Euskadi, amigos, paisaje y buenos alimentos! Si matan a alguien de vez en cuando, oye mira, son cosas de esos…yo de política no entiendo, con pagar lo que se deba, oyes, divinamente... ¿Hay que decir que Jaime Larrinaga no vive ya en el paraíso vasco?

Parecía que tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco, algo podría cambiar por allí, se le llamó el espíritu de Ermua, había quien era capaz de alzar la voz contra la tiranía; un espejismo, un mes después asesinaron a un guardia civil, cuenta Iñaki que sólo trescientos valientes salieron a protestar a una céntrica plaza de Bilbao.

Hoy Zapatero escenifica el acto final de la claudicación, empeñado como está en dignificar y exportar tan dañino modelo, cuando menos, a Cataluña y Galicia. Antes quiso —decía Fina, esposa de un guardia civil asesinado de siete tiros—, acallar las voces de las víctimas. Peces Barba les advirtió que habrían de prepararse para ceder, para otorgar concesiones, ellos le respondieron que ya no tenían nada más que entregar, que lo habían entregado todo. Visto su fracaso, Zapatero trató de silenciar por otras vías igual de arteras las voces de los que sufren la más cruel de las pérdidas, de nada le ha servido, hay miles que resisten, que claman por tres cosas: memoria, dignidad y justicia. Es lo menos que se puede pedir, por mí Euskadi puede irse a donde mejor le parezca, como si se convierte en isla, pero algunos de sus descarnados muchachos tienen una severa deuda con la justicia y eso no admite perdón, algunos todavía no nos hemos vuelto locos del todo.


Juan Granados.

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